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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Pero yo tengo la dificultad en la aplicacion; y no puedo convencerme de que sean de grande utilidad en la práctica.

Pero, aunque llegase alguien a convencerme de que cualquiera de estos novelistas de ahora valía más que Cervantes, aún no me convencería yo de que la superioridad consistía en el ejercicio o en el empleo de un arte más exquisito y profundo, sino en que a Zola, pongamos por caso, le había dado Dios más inteligencia, más estro, más inventiva y más profundidad de ideas y de sentimientos que a Miguel de Cervantes, por donde éste se había limitado a escribir cosillas de mero pasatiempo, sin penetrar más allá de la corteza y de la epidermis, mientras que Zola se hunde como buzo espiritual en las más obscuras reconditeces del ser humano, sacando de allí a la clara luz del día secretos misteriosos, nunca revelados antes.

En un principio le decía en voz baja tenía de tiempo en tiempo como el presentimiento de que vos podríais tomar la forma de mi oro; porque adondequiera que volviera la cabeza me parecía ver mi tesoro, y pensaba que me sentiría feliz si pudiera tocarlo y convencerme de que había vuelto. Pero esto no duró.

Despechada entonces la muchacha, partió la naranja y vio que por dentro era como las demás. Se la comió, y le supo a lo mismo que cuantas naranjas había comido antes. Ya apenas dudó de que había soñado. Ningún objeto tengo, añadió, con que convencerme a propia de la realidad de lo que he visto; mas iré a ver a la Princesa y se lo contaré todo, por lo que pueda importarle.

Nada respecto a ella, me contestó. Acabé de convencerme de que nada recabaría de aquella mujer; la di dinero; la encargué dijese a Amparo que deseaba verla, y la despedí. A los pocos días, y cuando acababa de levantarme, me sorprendió un fuerte campanillazo a la puerta. Abrió Mauricio; sentí pasos apresurados, y poco después se precipitó en mi gabinete Amparo. Mustafá la seguía cojeando.

Pude, por otra parte, convencerme por síntomas muy elocuentes, de que Juana rehusaba ya á Lea ciertas intimidades, y la rabia, la amargura y la rudeza de ésta se manifestaron con una increíble libertad. Si yo la hubiera ayudado un poco, creo que Lea se hubiera quejado á mi del abandono de su amiga.

Dios castigaba mi impiedad. Pasaron algunos días sin que yo fuese a ver a Amparo. Tenía miedo de verla. Temía echar a perder inútilmente mi papel de protector, de padre, dejándome arrebatar a una situación ridícula en un momento de olvido. En estos días mi administrador general se empeñó en darme cuentas, y me vi obligado a ceder, para que tuviese ocasión de convencerme de que era hombre de bien.

Ya entiendo, ya.... ¡Hombre, si es cierta esa maldad que no puedo convencerme, que se me atraganta , aún sería poco para el traidor el castigo de Judas! Pero usted, santo, ¿por qué no le atajó? ¿Por qué no avisó? ¿Por qué no le arrancó la careta a ese pillo?

Si como llevo demostrado, la vista de un punto externo me basta para convencerme de su existencia, la de muchos me bastará para estar seguro de la de muchos; y la continuidad de la impresion me cerciora tambien de la continuidad de los puntos imprimentes. Si toco un objeto visto, el tacto me confirma el testimonio en la parte que á él le corresponde, es decir la multiplicidad y la continuidad.

Pues estoy a dos dedos de creerlo a puño cerrado. ¡Y mire usted que el mismo pintor que era mi maestro y me lo estaba afirmando cada día, se fue de España sin convencerme!...

Palabra del Dia

bagani

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