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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Aunque continuaban a oscuras y abrazados, ambos tenían más despabilado el recelo que el deseo. Cristeta debió de notar algo anómalo en la voz de don Juan; tal vez en la tiniebla favorecedora del engaño le pareciese sospechoso su lenguaje, porque de repente exclamó: ¡Luz, luz, quiero verte la cara!... No me beses..., déjame llorar... ¡Luz... luz!

Desesperábase el menguado, y decía a los caballeros que le aquejaban con preguntas, que él creía bien que todo aquello no era realidad, sino sueño, y que había que pensar que los duendes continuaban en la casa, y que habían tomado la forma de la dama y de la servidumbre que la asistía, no embargante que la tal dama y parte de sus criados con ella, fuesen a oír misa de alba todos los días, lo cual podía ser muy bien, dado que fuesen los susodichos duendes cristianas almas del purgatorio.

Aguardaban horas enteras a que una gallina solitaria se aproximase a ellos, y retorciéndola el cuello continuaban la marcha, para encender una hoguera de leña seca en mitad de la jornada y engullirse el pobre animal chamuscado y medio crudo con una voracidad de pequeños salvajes. Temían a los mastines del campo más que a los toros.

Había leído en un café los diarios vespertinos, no encontrando en ellos nada que justificase la relativa tranquilidad de su amigo. Continuaban las noticias pesimistas y las alusiones á una probable prisión de las personas comprometidas en la escandalosa quiebra.

Ofrecían sus casas en remotos lugares del interior, y los que continuaban el viaje sonreían agradecidos, cual si pensasen hacerles una visita dentro de breve plazo. Todos se habían vestido trajes de calle, lo mismo los que se quedaban en Río Janeiro que los que seguían la navegación. Estos últimos eran los más impacientes por bajar a tierra.

Había entrado allí solo, debiendo entrar con juez, escribano, abogado, peritos y una pareja de la Guardia civil». Después de dos horas de aturdimiento, de verdadera agonía, sólo tuvo valor para tomar la puerta, seguido de los dos monstruos, que continuaban explicándole por a más b la ruina de los Valcárcel en la fábrica, la ruina de Antonio Reyes, de su único hijo.

Así continuaban aquellas memorias, llenas de expresiones de una alegría íntima, reveladoras de una alma amante, cándida y sincera, de lo que el juez Ferpierre estaba casi enamorado.

Todos se miraban hasta el fondo de los ojos, y en los rostros rebosaba la alegría; cogidos del brazo unos y otros, hablaban e iban de acá para allá en la sala; la señora Catalina con la mochila, Luisa con el fusil, Duchêne con el saco, continuaban riendo, secándose los ojos y las mejillas; nunca se había visto nada semejante.

Las otras niñas, que no esperaban más que un motivo de distracción y entretenimiento, al ver la triste figura que hacía su compañera al despertar bruscamente, soltaban la risa, se interrumpía el rezo, gruñía la madre Brígida, cacareaba la madre Angustias, y llovían los cañazos á diestra y siniestra. Al anochecer continuaban las lecciones y el catecismo.

Esta obra y la del crucero continuaban lentamente por falta de medios, y deseando el obispo D. Antonio de Pazos y Figueroa que se terminase, el dia 9 de enero de 1584 se presentó en el cabildo á tratar este asunto. Para ello se congregaron en la sala capitular el clero catedral y los enviados de la ciudad, que tambien deseaba ver finalizada la grande obra.

Palabra del Dia

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