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Actualizado: 18 de junio de 2025


Si, después de haber contemplado nuestra rica colección de armaduras de la Edad Media y aquellas pesadas moles de hierro con que se tapujaban nuestros caballeros, nos encaminamos al Museo de Historia Natural para ver las armaduras de los crustáceos, nos causa lástima el arte del hombre.

Como en la Audiencia, en todos los balcones de la carrera, después de pasar la procesión y haber contemplado y admirado la hermosura y la valentía de la Regenta, se murmuraba ya y se encontraba inconvenientes graves en aquel «rasgo de inaudito atrevimiento». Foja en el Casino, lejos de Mesía y don Víctor, decía pestes del Magistral y la Regenta. «Todo eso es indigno.

Fijó entonces sus pupilas, con profunda atención, en el descarnado rostro, y al reparar en la beatitud inefable que bañaba los párpados, comprendió que aquellos ojos hablan contemplado, antes de extinguirse, alguna visión deslumbradora del Paraíso. Dejole caer una flor sobre el pecho, y otra, y otra después...

Azorín y Sarrió han recorrido la ciudad; luego, de pechos sobre el puente, han contemplado el río que se desliza turbio. A lo lejos, entre unos cañaverales, al pie del palacio episcopal, unos patos se zambullen y nadan. Y Sarrió, viendo estos patos, ha dicho: Esos patos que nadan en el río, ¡qué gordos que están, querido Azorín!

Los jóvenes ricos iban tras ellas, atraídos por el encanto de lo exótico, solicitando generosos abandonos que pocas veces eran rehusados. Deseaban conocer a un torero célebre, un espada de los más guapos, aquel Gallardo cuyo retrato habían contemplado tantas veces en estampas populares y cajas de cerillas. Luego de verle en la plaza, habían pedido a sus amigos que se lo presentasen.

Exigía dinero a los ricos, y con gestos de actor que se ve contemplado por inmenso público, socorría de vez en cuando a una pobre vieja, a un jornalero cargado de familia. Estas generosidades eran agrandadas por los comentarios de la muchedumbre rural, que tenía a todas horas el nombre de Plumitas en los labios, pero era ciega y muda cuando preguntaban por él los soldados del orden.

Lo veía más claramente que al resplandor algo mortecino de los reverberos de la Cannebière... Pasaba con indiferencia sobre sus rasgos fisonómicos: en realidad, los había contemplado por primera vez. ¡Pero los ojos!... El conocía perfectamente aquellos ojos: se habían cruzado muchas veces con los suyos. ¿Dónde?... ¿Cuándo?...

Desde lo alto de una colina que domina á Mayenza y sus fortificaciones habíamos contemplado con delicia el vasto panorama que se desarrolla sobre las dos márgenes del Rin, particularmente desde la confluencia del Main hácia abajo. En el puerto del embarcadero la escena, aunque muy reducida, tenia interes por lo pintoresco del conjunto y de los pormenores.

Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre las rodillas, visitó a la solitaria de Son Vent.

Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la chueta, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un hombre que le había parecido siempre la representación de todas las grandezas terrenales.

Palabra del Dia

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