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Actualizado: 25 de junio de 2025
Tal entrar y salir de gentes apresuradas, tanto secreteo en los rincones, la inquietud que en los semblantes se retrata, todo hace creer al transeunte curioso que en aquella casa tan grande, que quiere ser palacio, hay un enfermo grave que se muere por momentos. Por eso, las consultas de médicos se multiplican y aparecen los parientes y amigos contristados.
Para evitar los gastos de oficina, esos señores reciben generalmente a sus clientes en el café de la plaza mayor, y celebran sus consultas ¿puede decirse que las celebran? entre el ajenjo y otra bebida. El digno Iscariote encamínase al café de la plaza mayor, acompañado de sus dos testigos. No vayamos tras de ellos. Cuando abandono el barrio judío, paso por delante de la oficina árabe.
Cuando las exigencias del partido le hacían abandonar la ciudad, era su esposa, la enérgica doña Bernarda, la que atendía las consultas, dando respuestas, en concepto del partido, tan acertadas y sabias como las del quefe. Esta colaboración en el sostenimiento de la autoridad de la familia era lo único que unía a los esposos.
La conexión que parece existir entre el difunto Cardenal Sannini y fray Antonio, el capuchino de Lucca, es extraña observé. ¿Estará el monje en posesión del secreto? cavilo yo. No hay duda de que él tiene algo que ver con este asunto, como lo demuestran sus constantes consultas con Dawson. Es indudable dijo Reginaldo, dando vuelta a las cartas sin objeto.
Pero si los Portugueses instan por el Igatimí, tendré que admitirlo contra mi dictámen, porque tengo órden para ello del Sr. D. José Varela, mi comisario director, cuya copia incluyo, como tambien de las consultas que le hice sobre el asunto, en las que verá V. E. las razones que tenia y tengo para promover con toda justicia que el Igurey del tratado es el Yaguarey, ó Monici.
Ello es que todo era hacerse consejos y consultas sobre aquel negro billete del don Lope, y de ver cómo podría hacerle llegar a verdadero recaudo, según y conforme al deseo de su dueño.
Inusitadas desconfianzas en su servidumbre, recelos injustificables hasta de la habilidad de su envidiado cocinero, le traían sin punto de reposo de un lado para otro y de acá para allá; mortificaba a su familia con consultas impertinentes y con advertencias pueriles, y aturdía a su ayuda de cámara pidiéndole prendas de vestir que tenía a la vista o entre las manos.
Palabra del Dia
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