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Actualizado: 31 de octubre de 2025


Yo lo creía así, Consejero de picardías respondió con retintín, mirándole a la cara fijamente, y poniendo sobre la mesa al mismo tiempo un rey de copas. Pues creía usted muy mal replicó el anciano, siempre con los ojos sobre las cartas. También creía usted que ese rey de copas iba a pasar triunfante, y... vea usted, ¡lo fallo!

Arruinó al par, y después á un consejero del Parlamento, y luego á un caballero de San Luis, y después á un tendero de la calle de San Honorato, explotó cuanto pudo su hermosura hasta los veinticinco años, en que rica y célebre, se casó con un hermoso oficial de mosqueteros que encontró inoportuno pedir honra á una dama tan hermosa, tan rica y tan pretendida. El duque había logrado su objeto.

Ya se cansaría de la artista con ser tan hermosa, y entonces sería fácil volverle a la buena senda. Doña Bernarda admiraba una vez más el talento del consejero, viendo cumplidas sus predicciones, hechas con un cinismo que enrojecía a la devota señora. Ella también lo creía acabado todo. Su hijo era menos ciego que el padre.

Lo que más costaba al consejero era contrarrestar el efecto de insinuaciones que partían de elevadas personas, del Secretario de Estado Villeroy entre ellas, en favor de la paz con España, recordada á cada nueva victoria de las del Conde de Fuentes. Un incidente imprevisto estuvo á punto de poner á Pérez en apuro.

Y se enterneció al pensar en la mala vida del consejero de Julio. Mi respetable doña Luisa... Querida Madama Desnoyers... Hablaba en francés y á gritos, mirando á la puerta por donde había desaparecido el aleteo blanco y rosado. Temblaba al pensar que la compañera oculta incurriese en celosos errores, comprometiéndole con una extemporánea aparición. Luego hablaron del soldado.

En un principio pensó Tirso que el tiempo y su santo celo harían lo demás: según sus cálculos, tras el profundo dolor de Paz, vendría el agradecimiento a su salvador, que acaso se convirtiera en consejero.

Recordaba haber hojeado, cuando vivía en casa de las de Lizamendi, aquel solemne monumento de la estolidez, en el que se probaban los mayores absurdos con argumentos al alcance de cualquier vieja devota. El importuno consejo de Urquiola le irritó: Joven dijo con gravedad desdeñosa, hace muchos años que leo lo que mejor me parece, sin necesidad de consejero.

Debía estar en el secreto de los destinos de su patria, y esto bastaba para que bebiesen en silencio por el éxito de la guerra. El joven creyó que el consejero y sus admiradores estaban borrachos. «Fíjese, capitán dijo con tono conciliador , eso que usted dice tal vez carece de lógica.» ¿Cómo podía convenir una guerra á la industriosa Alemania?

Ahora el muchacho se limitaba á ignorar su existencia, pasando ante él sin reconocerle, saludándolo únicamente cuando su madre se lo ordenaba. El día en que trajo la noticia de la vuelta del vapor sin su capitán, don Pedro hizo la visita más larga que de costumbre. Cinta derramó dos lágrimas sobre los encajes, pero tuvo que cortar su llanto, vencida por el buen sentido de su consejero.

Juzgué pues, que una historia que de tal modo me había cautivado tenía que embelesar también a mis contemporáneos. Y además, ¿a qué ocultarlo? no era la vanidad del todo ajena a mi propósito: ambicionaba el título de escritor aunque para alcanzarlo hubiese de perder mi fama de hombre de ingenio, como le sucedió a M... aquel consejero de Estado a quien todos ustedes conocen.

Palabra del Dia

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