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Todas las noches, al salir de casa con la guitarra colgada del cuello, se le ocurría el mismo pensamiento: «Si Santiago estuviese en Madrid y me oyese cantar, me conocería por la voz.» Y esta esperanza, mejor dicho, esta quimera, era lo único que le daba fuerzas para soportar la vida. Llegó otro día, no obstante, en que la angustia y el dolor no conocieron límites.

¿Y hay conciencias ya entre esos?... ¡pues si se conocieron ayer!... aunque cuando se vieron en la calle, tarde y á obscuras, y ya sabéis que la soledad y las tinieblas... ¡pero señor, si él estaba desesperado!... ¡Ah! ¡el rizo de doña Clara! ¡pues ya entiendo lo que no entendía! ¡Cómo! ¿el rey puede haber sospechado?... El rey no ve más que á dos dedos de sus narices...

Las niñas se conocieron y jugaron juntas en el Port Vieux. Y por esto, y por ser españolas ambas madres, y por lo franco y fácil del trato en los lugares de baños, trabé yo cierta amistad con la madre de la niña, que se llamaba la señora de Benítez.

30 Y los apóstoles se juntaron a Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho, y lo que habían enseñado. Porque había muchos que iban y venían, que aun no tenían lugar de comer. 32 Y se fueron en un barco al lugar desierto aparte. 33 Y los vieron ir muchos, y le conocieron; y concurrieron allá muchos a pie de las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él.

Contestó el Embajador «que Antonio Pérez y los demás acogidos á Francia, á todos es muy manifiesto que eso fué en tiempo de la guerra y no después de la paz hechaPero un documento de mayor importancia, que no conocieron Bermúdez de Castro ni Mignet, explica con mayor claridad por qué el Duque de Lerma entretenía indefinidamente la solución tan esperada.

Schack, por más esfuerzos que hace, tiene que convenir en que los cristianos españoles conocieron poco la poesía arábigo-hispana y la imitaron menos, y tiene que convenir también en que esa poesía arábigo-hispana, más ó menos conocida é imitada, apenas tenía ya de arábiga sino la lengua en que estaba escrita.

Pero para creer eso, para sostener que la Condesa no ha querido matarse aun después de su última explicación con usted, ante la visión del mal inevitable, tiene usted que admitir que su amiga, que esa mujer, cuya grandeza de alma decanta usted y en que yo realmente creo por estas confesiones, por las declaraciones de las gentes que la conocieron, tiene usted que admitir, digo, que en vez de resistir hasta el último, fuera también capaz, como las otras, de esas cómodas transacciones de que somos testigos cotidianos.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote.

Al ver el dinero, Isidora casi lloraba de gusto, y el enfermo se animó tanto que parecía haber recobrado la salud. ¡Pobrecillos, estaban tan mal, habían pasado tan horribles escaseces y miserias! Dos años antes se conocieron en casa de un prestamista que á entrambos les desollaba vivos.

Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnaiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando poco a poco la campechana costumbre.