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Actualizado: 15 de junio de 2025


Fastidiado por el extraño recibimiento en el hotel y las misteriosas palabras de Ignacio, el capitán Pérez sintió deseos de plantar a su invitante y volverse a Buenos-Aires; pero se contuvo, resolviéndose a aceptar la invitación a comer... Y no se contuvo por consideraciones a su camarada, ni por el atractivo de la caza, y ni siquiera para descubrir el misterio de la extraña historia de su personalidad en el Tandil... En el Tandil se quedó porque le atraía la casa de Itualde... Porque allí había entrevisto a una criatura encantadora, probablemente la hermana menor de Ignacio, y rabiaba por conocerla...

Adiós, me marcho... Por fortuna, tengo tiempo de aquí a diciembre para preparar mi curso del Colegio de Francia. Máximo de Cosmes a su hermano. 30 de junio. Continuación de mi aventura. Estoy hace tres días en Quimper y no todavía cuándo podré marcharme. He atravesado la Bretaña de un tirón y me gusta su aspecto áspero y recogido. Algún día volveré para conocerla más íntimamente.

Esta vacilación hizo que Marta se estremeciera de esperanza y alegría; pero, sin embargo, prosiguió con fingida tristeza: ¿La causa de vuestra influencia sobre la condesa no será acaso de tal naturaleza que no pueda conocerla la mujer a quien habéis ofrecido vuestra mano, y no podría suceder que si yo la descubriese me viera en el caso de rechazar vuestras proposiciones?

Los que no alcanzaron á conocerla se la imaginaban como una especie de bruja, apodándola «Cara Pintada» y atribuyéndole toda clase de maldades prodigiosas.

Qué rustrió ni qué.... ¡Imbéciles!... Y aunque tamaño absurdo fuera atendible, ¿de qué serviría cuando la pared cayó un cuarto de hora después que sonó el tiró?... ¿Pero tu haces caso de esas socaliñas? dijo don Silvestre, hasta entonces mudo espectador. Á esta gente es preciso conocerla. ¿Á que anda el tío Merlín en el ajo? Justamente contestó el pobre hombre.

Su carácter sufrió un cambio radical: mostrándose afectuoso con su madre y con Benina, resignábase a no tener más dinero que el poquísimo que le daban, y hasta en su lenguaje se conocía el trato de personas más honradas y decentes que las de antaño. Esto fue parte a que Doña Paca le concediera el consentimiento, sin conocer a la novia ni mostrar ganas de conocerla.

Entonces se quedó parado, cual si le hubiesen detenido poniéndole una mano sobre el hombro, porque creyó conocerla, o, mejor dicho, reconocerla. Su memoria le trajo al pensamiento un nombre en que iban compendiados muchos recuerdos, pero la desconfianza le hizo decirse en seguida: «No, no es ella..., con esa ropa... ¡imposible!». Sin embargo, no se rindió a la duda, y tornó a mirarla.

, era indudable que Adriana aceptaría a la larga, divina resignada, la realidad del mundo, casándose, al azar, con un hombre que no llegaría a conocerla nunca. Y la vio alzarse ahora como una bella imagen, iluminada por el sacrificio y despojada de toda materialidad.

Al oír la palabra aventura, Juan Montiño, que se había distraído por un momento de su idea fija, volvió á ella. ¿Conocéis á la reina, tío? le preguntó. ¡Pues podía no conocerla! dijo con sorpresa el señor Francisco. ¿Es la reina alta? . ¿Es la reina gruesa?... es decir... ¿buena moza? . Pues tío, yo quiero conocer á la reina.

Puede llamarse... se puede llamar con el nombre que mejor queráis; os aconsejo que no toméis jamás el nombre de una tapada, sino como un medio de entenderos con ella. ¿Pero no decís que la conocéis? Lo que prueba, pues tanto me preguntáis, que no la conocéis vos. ¡Ay! ¡no! ¿Os habéis ya enamorado? Lo confieso. Sin conocerla... Ahí veréis. ¿Por la voz, ó por el olor, ó por el bulto?

Palabra del Dia

vorsado

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