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En su juventud había habido siempre algo de vano en todos sus propósitos ambiciosos: había puesto la mira en fines confusos o efímeros y poco elevados: en distinguirse en un torneo o en alguna otra empresa caballeresca atrayendo la atención y conquistando el afecto de alguna dama hermosa, encumbrada y noble.

El agua batía la peña donde se hallaban, salpicándoles de espuma y entrando y saliendo sin cesar en las profundas concavidades de la roca, que parecía hueca como un edificio. Las corrientes que se precipitaban por ellas despertaban en su seno extraños y confusos rumores, que unas veces semejaban los ecos lejanos de un trueno, otras los ronquidos profundos de un órgano.

El son de mas de una templada caja, Y el del pifaro triste y la trompeta, Que la colera sube, y flema abaxa; Asi os incite con virtud secreta, Que despierte los animos dormidos En la facion que tanto nos aprieta. retumba, ya llega á mis oidos Del esquadron contrario el rumor grande, Formado de confusos alaridos.

El puente que lo atraviesa a lo lejos se asemeja a una pequeña media luna negra sobre un campo de azur. El oriente comienza ya a colorearse en los primeros albores del día; todo es dudoso, vago e indefinido. El paisaje, apenas esbozado, no ofrece más que los colores inciertos, rasgos confusos y formas caprichosas.

Ya teníamos viento de que había llegado la señora y que había estado un poco enferma... , ... he estado enferma, pero ya estoy bien respondió con un poco de impaciencia. Los pastores y los mozos se habían ido acercando lentamente, todos con sus sombreros en la mano, avergonzados y confusos con una estúpida sonrisa estereotipada en el rostro. Elena estaba más confusa que ellos.

El sentimiento dominante en mi, en medio de otros muy confusos era una viva cólera; pero mi altivez me hizo jurar que nadie conocería mi dolor. En aquel momento fui sincera, y creí que me sería fácil disimular mis impresiones, cuando tenía por costumbre lo contrario.

No me sentía abochornado en lo más mínimo, demasiado atontado y amodorrado, como estaba aún, para darme cuenta exacta de mi situación. Al principio, nadie notó mi presencia; porque, en las salas reservadas para los hombres, el humo de los cigarros era tan compacto que a tres pasos no se distinguían sino bultos confusos... Se jugaba fuerte.

Me enseñó a trabajar y a tener perseverancia y valor, y ahora soy un hombre rico, considerado. Voy a hacer lo mismo contigo; te enseñaré a trabajar, y si tienes perseverancia y energía también serás rico. Así diciendo, lo tomó de la mano y marchó a hablar a la portera protectora del huérfano. Un mundo de pensamientos confusos agitaba el cerebro de Juan, estupefacto.

Los pájaros revoloteaban con alegres gorjeos y, detrás de una tapia orlada de yedra, oíanse voces de niños que reían y disputaban entre confusos pataleos y llamadas guerreras. Las mujeres pasaban con su cesto de provisiones al brazo. Un carpintero, delante de su banco, cepillaba unas tablas, cuyas olorosas virutas se rizaban alrededor.

Fue aquello como una oleada de luz esplendorosa, de rumores confusos, de miradas punzantes, de sonrisas burlonas, de colores fantásticos y de aromas narcóticos, que se desplomó de pronto sobre agobiándome el espíritu y deslumbrándome los ojos. Aprensiones de mi inexperta fantasía, que exageraba enormemente el relieve de mi figura y el espacio y el término que ocupaba en aquel cuadro.