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Actualizado: 4 de junio de 2025


La señorita Guichard acababa de encaminarse al saloncillo á fin de dar órdenes, sin duda, para la cena. Juzgó que la ocasión era favorable. Bajó al patio, atravesó los pabellones, subió ligeramente la escalera que conducía á sus nuevas habitaciones; llamó, y como nadie le respondía, entró. En el cuarto, alumbrado por una lámpara, estaba extendido sobre la cama el vestido de novia de Herminia.

Al llegar al piso principal, Aldea, espiado siempre por Lázaro, cruzó los pasillos desiertos, y atravesando la galería que separaba las habitaciones del duque de las de su esposa y su hija, penetró en una sala, ala cual afluían dos grandes corredores, uno que conducía al cuarto de la duquesa, y otro que llevaba al de Josefina.

Su maestro venerado, el rector del seminario, al verle entregado con ardor al estudio de las matemáticas, de la física, de la filosofía, le había dado la voz de alerta. ¿Por qué estudiar tanto? ¿A qué conducía, en último resultado, la ciencia? Lo necesario para salvarse se podía aprender bien en un día, en una hora, en un minuto. Lo importante no es saber, sino orar y trabajar.

Su pensamiento le conducía hasta un colegio de Italia donde estaba su hija única; un colegio dirigido por monjas y cuyas alumnas eran en su mayor parte de apellido aristocrático, lo que proporcionaba grandes satisfacciones á la vanidad pueril del contratista. Parecía ennoblecerse su rostro con la sonrisa dirigida á esta visión.

Se levantó Leonora apoyándose en el brazo de Rafael, y comenzaron a pasear por las ancha avenida que conducía a la plazoleta desde la verja de entrada. Al alejarse de la casa, por entre las tupidas copas de los naranjos, la artista sonrió maliciosamente, moviendo una mano en actitud de amenaza. Confío en que usted habrá vuelto de su viaje más serio y respetuoso.

¿Qué os espanta, señora? dijo el duque mientras doña Ana le conducía á tientas hacia un lado de la cámara. Me espanta dijo doña Ana con su sonora y dulce voz de mujer hermosa , me espanta la situación en que me encuentro, que es horrible. ¡Horrible! No alcanzo á comprenderos; ¿horrible porque yo estoy aquí? ; , señor, porque si mi situación no fuese horrible, no estaríais vos aquí.

Esta estancia debió ser forzosamente la cámara de la limosna, y la puerta que á ella conducia seria en realidad la principal entre las de aquel costado por servir de ingreso á tan preeminente departamento.

Se dieron la mano, el carro volvió á rechinar y los embajadores comenzaron á subir la empinada senda que conducía á la Braña. Se encontraban ya en plena montaña.

La severa doña Mencía advirtió entretanto que atormentaba a veces su alma cierto arrepentimiento de haber empleado con el rapaz severidad sobrada. Allá a sus solas pensaba en él casi de continuo, y se complacía en saber lo mucho que su reprimenda había valido, y cuán juiciosamente se conducía el mozo.

Pensó que su hermano le iba a reclamar de golpe el préstamo. Vamos contestó en voz baja, dejando caer el hacha de las manos. Y ambos entraron en la casa y subieron, uno en pos de otro, la escalera ahumada que conducía a la sala. D. Jaime se sentó: Tomás quedó en pie.

Palabra del Dia

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