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Actualizado: 3 de junio de 2025
Llamó a su casa a un anciano tío suyo que le inspiraba la mayor confianza; hizo con él confesión general de sus coqueteos con el Conde de Alhedín; reconoció que con el amor no hay burlas; declaró que, burlando ella con el amor, era ya la burlada, la cautiva y la enamorada; y suplicó al prudente tío que viese a la madre del Condesito, y que, como cosa suya, si bien dando a entender que le constaba que la Marquesa estaba propicia, propusiese a dicha señora tan brillante matrimonio para su hijo.
Inesita prometió, pues, seguir los consejos de su hermana hasta donde, sin violentarse, le fuera posible, y ser un poquito coqueta, con dignidad y con el arte que iría aprendiendo. Doña Beatriz dió por cierto que a la noche siguiente, en el Buen Retiro, hallarían al Condesito, serían perseguidas por él y habría ocasión de que Inesita mostrase su aptitud, no probada aún, para la coquetería.
Lo que no se explicaba es que don Braulio no tratase de vengarse del Condesito de cualquier modo que fuese. Entre tanto, ¿qué iba él a hacer, qué iba a decir en casa de doña Beatriz? Después de reflexionarlo, formar varios planes y componer mentalmente varios discursos, determinó dejarse guiar de la inspiración del momento e improvisarlo todo. Así llegó a casa de don Braulio.
O bien había sido el Conde uno de tantos, y no primero en una serie más o menos larga y variada, o bien, si por dicha había sido el primero, el mismo diablo había allanado antes los caminos tan suave y aviesamente, que harto se podía dar ya por perdido lo que había que perder, y al Condesito sólo le remordía la conciencia, como al joven filósofo de la fábula, por haber cedido con fragilidad al capcioso argumento que estos versos expresan: Tómelo por su vida, y considere Que otro lo comerá si no lo quiere.
Prorrumpieron en copioso llanto Asunción y Presentación, lo cual dió al traste con la forzada entereza del Condesito, destinado a ser el terror de la Francia, y pasando de los pucheros a los hipidos, y de los hipidos a una violenta explosión de lágrimas, atronó la casa por espacio de un cuarto de hora. Ni por esas perdió D.ª María su serenidad, hablando a su hijo de asuntos extraños a la guerra.
Con este modo de mirar las cosas no es extraño que todos tuviesen por pretensión exorbitante y por capricho absurdo el afán del Condesito en querer pasar por un amigo devoto o por un adorador petrarquista de doña Beatriz. Alguna disculpa había, fuerza es confesarlo, para tan bellaca incredulidad.
Recuerdos de Mariskoff, y todos los de esta Embajada, y también del condesito Arturo, el Zizí de la legación española, en fin, de todos; y yo, muy afectuosamente, le envío el testimonio de mi amistad. »P.S. En cuanto a la viuda y familia de Ti-Chin-Fú hubo un engaño; el astrólogo del templo de Jagua se equivocó en su interpretación sideral; no es realmente en Tien-Hó donde reside esa familia.
Hizo en el acto, y como introducción a su particular negocio, la pregunta a don Santiago, y le respondió éste, alegrándose en el alma de que se distrajera por allí el otro tiroteo: ¡Ah!, el Condesito, como yo le llamo..., porque aunque el conde es su tío, mucho más merece serlo él, hasta por la estampa: ¡guapo mozo!
Pues bien; todo esto es el fundamento de un coqueteo. Importa no espantar esas simpatías nacientes poniendo cara de baqueta; importa refrenar las esperanzas infundadas y atrevidas; es menester domar con el debido respeto todo irreverente propósito; y se debe, por último, atraer al Condesito, a ver si te ama y tú le amas. Pero si yo no le amo. Ya sé que no le amas. ¿No lo he dicho?
No era ingrato el favorecido; sabía, además, hacer buen uso de los favores; y con todo ello, la estima del favorecedor llegó hasta una buena amistad, como entre iguales: vea usted, señora marquesa, ¡como entre iguales! Y esta buena amistad del padre la continuó el hijo, don José Celestino Guzmán, el actual Condesito.
Palabra del Dia
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