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Actualizado: 9 de junio de 2025
Entró entonces el viejo empleado en la contaduría, don Pablo Solera, que había presenciado el registro: traía las orejas muy coloradas y un gran papel en la mano, que presentó a la condesa... Rodeáronle todos llenos de curiosidad, haciéndole mil preguntas, que el viejo se apresuró a satisfacer aturdido, en parte, al verse ante tan ilustre concurrencia.
La concurrencia crecía cada año, y era forzoso apelar al reclamo, recibir y expedir viajantes, mimar al público, contemporizar y abrir cuentas largas a los parroquianos, y singularmente a las parroquianas.
Una noche era, si mal no recuerdo, a fines del año 1831, bailaba la señorita Taglioni. Asistía una inmensa concurrencia. Yo había ido a reunirme a unos amigos que me habían citado, pero que, encontrándose ya demasiado estrechos, no podían proporcionarme asiento. No obstante, levantose un joven y me ofreció el suyo.
Los jueves la concurrencia era mucho mayor y solía haber dos y aun tres mesas de tresillo. Venían el alcalde, cuatro o cinco de los mayores contribuyentes y el tendero murciano don Ramón, que era la persona más acaudalada del lugar después de don Andrés. Venían, por último, don Pascual, el maestro de escuela, y don Policarpo, el boticario.
Unos estaban sentados en sillas formando grupos, corros o pequeñas tertulias; otros iban girando por el paseo circular, en cuyo centro está el quiosco de la orquesta. Esta tocaba, con bastante maestría, el rondó final de la Cenerentola. Nuestro don Braulio y sus niñas no vieron una sola cara conocida. En vez de sentarse se pusieron a girar por medio de aquella concurrencia.
El CASTILLO DE LA ALJAFERÍA, que no puede llamarse ciudadela ni por su posicion, ni por sus fortificaciones, se halla situado á la parte occidental de Zaragoza á la derecha del Ebro, entre este rio y la concurrencia de los caminos reales de Madrid y Pamplona, cuya linea dista tan poco que puede considerarse como tangente al foso: casi al nivel de éste y al pie del terraplen que lo forma por la fachada, se estiende la vega hasta el Ebro que corre á distancia de ochocientas á nuevecientas varas próximamente, y en direccion paralela.
Mina, con su dulzura sentimental, parecía hermosear la existencia monótona de a bordo. Era un socorro para terminar sin remordimientos la travesía. Pero Maud, como si adivinase sus pensamientos y temiese una concurrencia, había atacado desde el primer momento a la alemana. Felicitaba a Ojeda con una ironía cruel por su magnífica conquista. ¡Qué suerte!
El joven leyó su lista en medio del silencio dignísimo de la concurrencia; dos o tres la aprobaron después de leída, pero los demás, suspensos de la fisonomía del doctor Trevexo, que demostraba visible descontento, no articularon una sola palabra de aprobación. ¿Qué le parece a usted de esa lista, señor don Ramón? dijo don Narciso acercándose al oído de mi tío.
Judit se asió al brazo del Conde, y ambos se internaron por la alameda de la Primavera. Era día de trabajo; la población rica y ociosa de París parecía haberse dado cita en aquel paseo, y había enorme concurrencia. Arturo y su compañera no tardaron en ser objeto de la atención general. Eran los dos tan bellos, hacíase forzoso admirarlos.
Todas ellas, al buscar en el domingo, día clásico de huelga y despilfarro en los laboriosos pueblos de provincias; al buscar, repito, en el domingo el desquite de las flojedades de entrada de toda la semana, se han hallado con el baile campestre que les arrebataba, en masa, la concurrencia más cara, más abundante y más lujosa, es decir, el alma del negocio.
Palabra del Dia
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