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Sólo sirven para indicar que vagamente se daba cuenta de las razones que tenía para estar exento de inquietud. Muy contento con haber hecho la diligencia de la compra, llegó a su puerta y la abrió. Para sus ojos miopes todo estaba en el estado en que lo había dejado, a no ser que el fuego despedía una mayor y bien venida cantidad de calor.

Al cabo logró dominarse y resolvió en su interior vigilar a su hermana y saber de cierto si eran quimeras o realidades lo que pensaba. Al efecto, no perdió de vista a Pachín. Observó que el día mismo que Gonzalo había de dormir en Sarrió, fué a este punto con una comisión de Ventura, aunque él no era el encargado de hacer la compra. Cuando llegó quiso ver lo que traía.

Tanto charló aquel hombre, que Fortunata, después de haberle rogado para que entrara, le tuvo que echar con buen modo: «Pero don Plácido, mire que se le va a hacer tarde...». ¡Ah!, ... ¡la culpa la tiene usted que es lo más habladora...! Abur, abur... Fortunata no salía nunca a la calle. Ella misma se arreglaba su comida, y Segunda, que tenía puesto en la plazuela, le traía la compra.

Allí esperaba Juanito la aparición de Tónica, que todos los domingos, por hallarse libre del trabajo, se encargaba de la compra, evitando esta operación a su compañera, cada vez más falta de vista.

Terminó la visita a media noche, y cuando el padre y el hijo se dirigían hacia la puerta, acompañados por las señoras de la casa, doña Manuela cambió sus últimas palabras con el señor Cuadros. Quedamos dijo la señora en que usted se encargará de la compra del caballo. Mañana mismo confío en que habrá hecho mi encargo.

Acuérdate de las humillaciones que has sufrido, las lágrimas de fuego que has derramado, las noches en vela pasadas á la puerta de mi cuarto... , ; ¡me lo has hecho pagar caro! exclamó el magnate riendo. ¿Te pesa de la compra? dijo la extranjera tirándole de la oreja. Nada de eso. Estoy conforme con el precio, y aun daría algo más encima.

El tema de su conversación casi siempre era el mismo, á saber, el ningún deseo que tenía ya de aumentar su riqueza, ni aun de cuidar de su hacienda. Llegaba un paisano y le proponía la compra de algún trozo de terreno. D. Félix se ponía encrespado como si le hiciese alguna ofensa.

Al día siguiente volvió y me compró otro «marinero». Charlamos; era muy amable; le confieso que me gustaba mucho. ¡He aquí que, a los tres días, vuelve y me compra el tercer «marinero»! Esto principia a inquietarme. Me muestro más reservada y él no se desanima. Todos los días, a la misma hora, se presentaba y me compraba el mismo trajecito.

Y al decir esto, señalaba a un pillete mandadero, inmóvil a corta distancia, con un capón gordo y lustroso en los brazos. Doña Manuela avanzó el labio superior en señal de desprecio. ¡Valiente compra! ¿Y eso es para todas las Pascuas? No te arruinarás... ni llenarás mucho el estómago. No todos son tan ricos como , marquesa, ni pueden ir a la compra con un par de criados.

No es eso precisamente respondió indeciso el diputado . Es que, por regla general, no me gustan los negocios en papel. Pero cuando el papel produce un veinte y se compra con un descuento de treinta... Bien, ¿y qué? Que con el cebo de ese interés extraordinario..., ¡figúrese usted! ; pero no veo yo garantías... ¿Qué más garantía que el favor del público?