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Actualizado: 27 de junio de 2025
El hombre dijo que no iba a pasar se atrevió, sin embargo, el malacara, que en razón de ser el favorito de su amo, comía más maíz, por lo cual sentíase más creyente. Pero las vacas lo habían oído. Son los caballos. Los dos tienen soga. Ellos no pasan. Barigüí pasó ya. ¿Pasó? ¿Por aquí? preguntó descorazonado el malacara. Por el fondo. Por aquí pasa también. Comió la avena.
Después que comió bien, aceptó un cigarro, tomó su café con brandy, y fumó con la tranquilidad del hombre satisfecho, que no tiene un solo pensamiento que lo aflija ni ninguna preocupación en el mundo, o, mejor dicho, como un hombre que sabe exactamente lo que el destino le tiene reservado. Así, desde el principio, Burton Blair fue un misterio.
Retirose a su zahúrda el pobre Juan, pesaroso, porque tenía buen corazón, de haber comprometido por un instante la paz intestina y dado pie para una intervención del poder ejecutivo. Había ganado cinco reales y un perro grande. Con este dinero comió al día siguiente, y pagó el alquiler del miserable colchón de paja en que durmió.
La familia real de Tibotú vivió feliz muchos años; pero una noche, el rey se comió, en la cena, todo un lechoncillo al horno, y falleció a las pocas horas, rodeado de su mujer e hijos.
Después se sentó en una mecedora junto a su tocador, en el gabinete, lejos del lecho por no caer en la tentación de acostarse, y leyó un cuarto de hora un libro devoto en que se trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas. No daba vuelta a las hojas. Dejó de leer. Su mirada estaba fija en unas palabras que decían: Si comió carne...
Sentáronse los duques con sus comensales, ateniéndose más a la confianza que a la etiqueta, y se comió luego como se comía en aquella casa cuya mesa era uno de los mejores altares que pudo desear la gula.
Cristina dispuso la comida y Fernando comió mejor que los días anteriores. Después dijo, «tengo sueño», y los médicos salieron para dejarle descansar. Era costumbre en él, durante los últimos tiempos de su enfermedad, dormir una breve siesta. Aquel día, Cristina, quedose con él en la estancia y se sentó al lado del lecho real.
Se revolvió medio Madrid para el bautizo; medio Madrid, que le comió al marqués, digo, al abuelo, medio costado; se consiguió elegir los padrinos entre lo más cogolludo de la nobleza, y se le pusieron al flamante heredero todos los nombres de los grandes reyes, de los mayores santos del cielo, de todos los conquistadores célebres, y de los más gloriosos poetas y artistas de la tierra.
¿Que me han informado mal? Sí por cierto: ¿sabéis lo que eran los polvos con que se avió la perdiz que se puso en la mesa de su majestad? Un veneno tal, que el paje Gonzalo que comió las pechugas de la perdiz, reventó á los cuatro minutos, y que hizo que el gato del tío Manolillo, que siempre está hambriento, no quisiera comer los pocos restos que quedaron de la perdiz.
Confuso Candido con todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y inas todavía con la caridad de la vieja, le quiso besar la mano. No es mi mano la que has de besar, le dixo la vieja; mañana volveré. Untate con la pomada, come y duerme. No obstante sus muchas desventuras, comió y durmió Candido.
Palabra del Dia
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