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Actualizado: 27 de junio de 2025
Pero una mañana se comió la mitad. Era el más indócil y peor educado de todos los habitantes de la casa. No obstante, sobre aquellos harapos se ponía todos los días una corbata no mala, liándosela con arte y esmero delante de la pared, hecha espejo de un golpe de imaginación.
Gallardo, animado por el ejemplo, comió, y sobre todo, bebió mucho, buscando en los varios y ricos vinos un remedio para aquella cortedad, que le hacía permanecer como avergonzado ante la dama, sin otro recurso que sonreír a todo, repitiendo: «Muchas grasias.» La conversación se animó.
La Pimentosa comió abundantemente, como solía hacerlo, y antes de dormir la siesta mandó al fenómeno que bajase para ver si Tablas estaba en la taberna de la calle de las Maldonadas. Malísimo humor tenía la señora por aquella tardanza de su hombre, aunque acostumbrada estaba a tales ausencias y a otras mayores.
«¿Por qué no me miras?» le preguntó una noche, con semblante ceñudo. Porque... No dijo más; se comió el resto de la frase. Dios sabe lo que iba a decir. Bebía los vientos el desgraciado chico por hacerse querer, inventando cuantas sutilezas da de sí la manía o enfermedad de amor.
Parecía que se desbarataba en horrorosas convulsiones, y se mordió las manos y se golpeó todo, quedándose maltrecho. Por fin le pasó, Dios sabe cómo, y al volver en sí encontrose con una gran novedad en su cerebro: tenía una idea; pero una idea grande, clara, categórica, sinceramente adherida a su inteligencia. No durmió en toda la noche, no comió nada a la mañana siguiente.
Comió y bebió el ermitaño con tan buen humor como el dia ántes; y dirigiéndose luego al criado viejo que no quitaba la vista de uno y otro porque no hurtaran nada, y que les daba priesa para que se fuesen, le dió las dos monedas de oro que habia recibido aquella mañana, y agradeciéndole su cortesía, añadió: Ruégoos que me permitais hablar con vuestro amo.
Agradeciéndoselo don Quijote, comió algo, y Sancho mucho, y echáronse a dormir entrambos, dejando a su albedrío y sin orden alguna pacer del abundosa yerba de que aquel prado estaba lleno a los dos continuos compañeros y amigos Rocinante y el rucio.
17 Y levantándose los ancianos de su casa fueron a él para hacerlo levantar de tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos pan.
Herminia le siguió con la vista mientras pudo y volvió á su cuarto soñando por vez primera en su vida. Mauricio tomó un camino de travesía por el bosque y se volvió á Montretout, donde comió y pasó la noche pensando en la joven del terraplén. Al siguiente día de su accidente, Mauricio escribió á su tutor para contarle la ocurrencia.
La cosa á tal extremo habia llegado Que carne humana ví que se comia. El mismo tuvo que echar mano de lagartijas, que no le parecieron tan sabrosas como ciertos gusanos que comiò despues en las márgenes del rio Huybay.
Palabra del Dia
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