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Actualizado: 28 de mayo de 2025
San Ignacio ha derrotado á San Bruno. Comenzamos á trepar la alta colina donde tiene su asiento el Albaicin, Servíanos de guia un hombrecito muy pobre, de setenta y dos años, llamado Juán López Salcedo, cuya conversación nos agradaba y divertía mucho.
Al llegar al pié de la montaña, al extremo de un puente que atraviesa el Aar, nos apeamos de la pequeña tartana: el cochero se convirtió en muletero y guia, dejó el carruaje á la vera del camino carretero, ensilló los dos robustos y lerdos caballos del tiro, montamos y comenzamos á trepar la cuesta, encerrada entre modestos cortijos é hileras de nogales corpulentos.
Hecho esto, y hecha oración al cielo, suplicándole encaminase nuestro viaje y favoreciese nuestros tan honrados pensamientos, mandé izar las velas, que aún se estaban atadas a las entenas, y que las diéramos al viento, que, como se ha dicho, soplaba de la tierra, y, tan alegres como atrevidos, y tan atrevidos como confiados, comenzamos a navegar por la misma derrota que nos pareció que llevaba el navío de la presa.
Esta misma tarde llegó la partida que se habia despachado, y no hallaron vestigio alguno, aunque llegaron á la falda de la sierra. Este dia se caminarian como 12 leguas. Dia 17. Dejamos el rio de los Sauces, y comenzamos á caminar por dentro de la sierra, de la cual se despeñan muchos arroyos.
Con estas y otras prevenciones comenzamos a volver y cobrar algún aliento; pero nunca podían las quijadas desdoblarse, que estaban magras y alforzadas; y así se dió orden que cada día nos las ahormasen con la mano de un almirez. Levantámonos a hacer pinicos dentro de cuarenta días, y aún parecíamos sombras de otros hombres; y en lo amarillo y flaco, simiente de los padres del yermo.
Era una canción al mismo tiempo alegre y melancólica, monótona y llena de variaciones. Pasamos por delante de Biarritz, con sus rocas, y comenzamos a avanzar por delante de esa línea de dunas blancas que forma la costa vasco-francesa hasta llegar al promontorio pizarroso de Socoa. Larrun apareció cortando el cielo, y más lejos, los montes de España.
Por ser la más accesible para mí «por entonces», según dictamen de don Sabas, comenzamos a faldear la de la izquierda; y sube que te sube, dimos al fin en un entrellano donde ya escaseaba la vegetación y se me iba haciendo insoportable la brisa matinal por su frescura. Allí se apeó don Sabas, y me ordenó que hiciera yo lo mismo.
Salimos del puerto; el horizonte se presentaba nublado, con algunos agujeros, en cuyo fondo brillaba el azul del cielo; pasamos la barra en nuestro Cachalote, que bailaba sobre las olas como un cetáceo jovial, y comenzamos a doblar el Izarra a larga distancia de los arrecifes.
Libres de chinos, hubo que limpiar la bodega, que era una verdadera pestilencia. Comenzamos a marchar hacia el sur, a buscar el estrecho de Magallanes o el Cabo de Hornos, en aquella inmensidad desierta del Pacifico, llevados por la monzón del oeste. Encontramos algunos barcos balleneros, con los que nos pusimos al habla, y nos indicaron la situación exacta en que nos encontrábamos.
A todo esto, no sabíamos a punto fijo lo que había dentro. Al día siguiente, a media tarde, comenzamos a ver la costa africana; una costa baja, de arena que brillaba al sol, con alguna colina de trecho en trecho. Debíamos estar cerca, por lo que dijo el capitán, de la colonia española de Río de Oro; se veía alguna que otra cabaña de moros salvajes y desharrapados.
Palabra del Dia
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