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Actualizado: 10 de julio de 2025
Eran inválidos ó convalecientes que recorrían los jardines á la salida del Museo; vecinos de Mónaco que regresaban á sus casas después de haber tomado el sol en un banco; gruesas comadres que guardaban su calceta en un bolso; ancianos apoyados en un bastón, que tal vez no se habían embarcado nunca, pero tenían un aspecto de viejos marinos genoveses.
Todas las comadres hablaban á un tiempo y nadie se entendía. Dentro se hallaba la tía Felicia hecha un mar de lágrimas. Á su lado estaba Flora hecha un mar mucho mayor aún. Y era cosa en verdad que impresionaba ver llorando á aquella criatura traviesa y vivaracha, nacida para la risa. Ni ella ni tía Felicia querían aceptar el supuesto de que Demetria se hubiera fugado.
La presencia de su amante, sus cortas pero sabrosísimas caricias bastaban para enajenarla y hacerle olvidar aquellas y otras penas. Además, estaba orgullosa y solía jactarse con las comadres que iban por el día á hacerle tertulia del respeto que Velázquez la profesaba. Era muy conocida en el círculo de sus amigos la violencia de éste y las formas brutales que solía emplear con las mujeres.
Como tampoco duda, antes confirma terminantemente, lo que ya sabíamos por Manolo Casa-Vieja: que era muy avara; pero, según la marquesa, avara de la peor especie: tenía el vicio del trapicheo, y media docena de comadres negociando de su cuenta, por las casas de vecindad, sus vestidos de desecho y hasta los trastos de la cocina.
Y no sólo los amigos, sino todas las comadres del barrio que frecuentaban la tienda llegaron pronto á sospechar lo que ocurría. Desde entonces cien ojos de zahorí los espiaron incesantemente: muy pronto se supo con todos los pormenores la caída del guapo y el estado de abatimiento á que su pasión le había reducido.
Las comadres la saludaban al pasar con las mismas palabras de conmiseración, y el cartero, poco hablador naturalmente, se llevaba militarmente la mano al quepis y dirigía a la madre y a la hija una mirada de respetuosa simpatía mordiéndose el duro bigote.
Desconfiando de los médicos, sólo se aplicaba remedios que llamaremos populares, recomendados por las comadres de la vecindad, los unos del orden supersticioso, los otros del género terapéutico familiar; y como se los administraba todos a la vez o in solidum, sin criterio, sin tino, la buena mujer estaba cada día peor.
Nada se puede ocultar, sobre todo en lo que toca a las relaciones de sexo a sexo, a los ojos zahoríes de las comadres de un pueblo de escaso vecindario. Y no sólo se conoció, pero hasta se daba como cierto el matrimonio en plazo más o menos lejano. Pasaban los meses, no obstante, y aquello no avanzaba un paso. Los testimonios que Gonzalo daba de su afición seguían siendo los mismos.
Se enteraron de las noticias que había de D. Félix y su hija y las comentaron largamente, con la garrulería bien sabida de las comadres. Flora se despidió al cabo. Cuando se hubo apartado unos pasos Elisa la llamó. Florita. ¿Qué decías? ¿Ves esa hermosa tierra que tanto produce? manifestó con sonrisa maliciosa apuntando á la Vega sembrada de maíz que se extendía debajo del camino.
Mil veces le cayó verticalmente sobre el cráneo al señor Rosendo en sus épocas de vida militar, y vamos, que el de la isla de Cuba pica en regla.... ¿Fue el haber vuelto a manejar las tenazas y a elaborar barquillos para el extraordinario consumo de aquellos días solemnes? ¿Fue, como dijeron algunas comadres, el orgullo de ver a su hija tan elocuente y bizarra, y tan agasajada por los señores de la Asamblea?
Palabra del Dia
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