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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Las comadres celebraron con alborozo el triunfo de Soledad, no sólo por ser de justicia, sino también por espíritu de cuerpo. Era la apoteosis merecida del elemento femenino. Y la celebraban y la festejaban con toda especie de palabrillas, homenajes y sonrisas picarescas.
Las vacas de leche, de monótono cencerro, husmeaban sus ruedas; las cabras, asustadas por el rocín, apartábanse sonando sus campanillas y balanceando sus pesadas ubres; las comadres, apoyadas en sus escobas, miraban con curiosidad aquellas ventanillas cerradas, y hasta un municipal sonrió maliciosamente, señalándola a unos vecinos. ¡Tan temprano y ya andaban por el mundo amores de contrabando!
Los sentimientos que la agitaban eran la ira y la vergüenza. ¡Poner la mano sobre ella un hombre, cuando sus mismos padres no lo habían hecho después que fué mujer! ¿Qué pensarían de ella las comadres ante las cuales se había jactado tanto? ¿Qué diría Manolo Uceda, á quien había desmentido tan orgullosamente hacía pocos días?
Los habitantes de las pobres viviendas que guarnecen por aquellos sitios la carretera, se asomaban a las puertas y ventanas, reflejando en sus rostros más curiosidad que tristeza, y las comadres del barrio se decían de ventana a ventana algunas frases de compasión para el reo, y no pocos insultos para los que íbamos a verle morir.
Entre las comadres de la aldea tampoco hallaba gran aceptación semejante idea. Pero los hombres en general se inclinaban á pensarlo. El mismo D. Félix, que estaba rodeado por el tío Goro y otros cuantos paisanos, aunque con las debidas reservas para no causar pena al padre adoptivo de la joven, también manifestaba sus sospechas de que se hallase ya en Oviedo.
Asistíanle como diácono y subdiácono el párroco de Peñascosa y D. Narciso, un capellán suelto procedente de Sarrió, establecido hacía algunos años en la villa. En la iglesia sonaba murmullo sordo originado por el cuchicheo de las comadres, que se disputaban el sitio o se comunicaban sus impresiones, por las exclamaciones y suspiros de malestar de los hombres.
Esta feliz idea, que cuadraba muy bien con los gustos de la castellana, había hecho a la de Candore muy popular. ¡No es tan orgullosa como se dice! exclamaban las comadres, encantadas de ser admitidas en el castillo. Al menos hace vivir al país declaraban los comerciantes, entusiasmados por la ganga. Resucita las antiguas costumbres decían los viejos en tono de aprobación.
Una vez se vió á Ester bordando un trajecito de niño de tierna edad, con tal profusión de oro, que casi habría dado origen á un motín, si en las calles de Boston se hubiera presentado un tierno infante con un vestido de tal jaez. En fin, las comadres de aquel tiempo creían, y el administrador de aduana Sr.
Creyó percibir más abajo de su espalda roces insolentes, tocamientos de atrevida curiosidad, disimulados por la aglomeración. Hasta se imaginó sentir en los más recónditos secretos de su cuerpo un hormigueo de sanguinarios invasores, ansiosos de hartarse de carne nueva y rica, que tal vez acababan de abandonar el pellejo de aquellas comadres. Vámonos dijo con angustia y miedo.
UN HOMBRE. Decid, comadres, ¿veis al gitano? PEPA. ¡Ah! será el hijo de alguna víctima del reo... Pero, ya está aquí... ¡Qué alegría, Virgen santa! Desde el día de mi primera comunión, nunca había estado tan contenta... MUCHAS VOCES. ¡Muera! ¡perro maldito! ¡muera el gitano! UN HOMBRE. Doy veinte escudos por reemplazar al verdugo. OTRO. Yo cuarenta, pero quiero degollarle, que se vea su sangre.
Palabra del Dia
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