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Pero su dignidad y aquella larga serie de diatribas contra el ejército que llevaba colgadas a los pies como grilletes, le impedían estas y otras manifestaciones. Ni siquiera tenía el consuelo de poder mostrarse alegre cuando aquel pundonoroso militar acompañaba a su niña en el paseo. Pero ya se sabe que las señoritas se preocupaban muy poco de la gratitud de sus tertulios.

En la ventana, tomando el sol, se veían dos floridos rosales; dentro del cuarto, cuatro macetas de brusco, y colgadas en la pared cinco jaulas, dos con perdices cantoras, y tres con colorines, excelentes reclamos.

Así es que arrancada ya, casi con las uñas, la primer baldosa, se procedió a desencajar la segunda. Apoyadas en el muro de una casita de pescadores, donde había redes colgadas a secar, Guardiana y la Comadreja miraban el motín sin tomar parte en él.

Todo lo que colgaba de las paredes, ropa, trapos, sogas, se ponía horizontal; balanceábanse las bacías de cobre colgadas en la puerta del barbero; las faldas de las mujeres se arremolinaban; se rompían las vidrieras; los hombres se iban sujetando con la mano sus gorras y sombreros, los curas apenas podían andar; todo lo flotante tendía a tomar la horizontal, y en medio de esta desolación relativa, el Majito avanzaba tieso y altanero, como hombre supinamente convencido de la importancia de sus funciones.

Mírelas colgadas de aquel clavo. ¿Qué habrá sido de mis hermanos Don Pedro y Don Francisco? ANDREÍ

Colgadas en la pared había por último, algunas macetas de loza de la Cartuja sevillana, con geranio-hiedra y otras plantas, y tres jaulas doradas con canarios y jilgueros. Aquella sala era el retiro de Pepita, donde no entraban de día sino el médico y el padre vicario, y donde a prima noche entraba sólo el aperador a dar sus cuentas. Aquella sala era y se llamaba el despacho.

No existían a la vista otras pruebas de las aficiones del amo que las jaulas colgadas al exterior en las horas de sol y los perros que dormitaban enroscados ante la puerta. Soy un cazador legal decía con zumbona gravedad a los guardas cuando éstos aparecían . Me dedico a los pájaros con red, o llevo los perros a las tapias de El Pardo, por si algún conejo se sale del término.

Flamean las mantas rojas, amarillas, azules, colgadas al aire en una tienda; un mendigo, con redondo y ancho sombrero tieso, vestido de buriel pardo, discurre al sol, agachado sobre su palo; atraviesan la plaza dos borricos cargados de ramaje de olivo; pasa ligero, con menudo paso afirmado de viejo hidalgo, la capa al aire, un señor de largos bigotes grises y hongo apuntado. Salgo de la plaza.

Aquel día no se despejó más incógnita que la calva del buen señor. Fuera ya del colegio, se trató de sujetarle en casa y se le puso bajo llave, pero a la mañana siguiente se encontraron colgadas las sábanas de las ventanas; el pájaro había volado; y como sus padres se convencieron de que no había forma de contenerle, convinieron en que era preciso dejarle. De aquí fecha la libertad del lampiño.

Sigue cantando, muchacho... Estoy acostumbrado desde que vive aquí Gertrudis... Pero ¿qué vas a hacer con esa blusa blanca? ¿Crees acaso que voy a estar aquí de brazos cruzados? Descansa un día más. ¡Ni una hora! Mis ropas de holgazán están colgadas ya de un clavo. Martín ha visto las flores que están a la cabecera del lecho, y dice riendo de mala gana. ¡Habrase visto!