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Actualizado: 4 de junio de 2025


Tambaleándose como sacerdotisas de Baco, y revolviendo sus apretados puños en el hueco de los ojos, la Mariuca y la Pepina se iban a sus lechos, que eran cómodos y confortantes, paramentados con abigarradas colchas. Poco después oíase un roncante dúo de contraltos aletargados que duraba sin interrupción hasta el amanecer.

De vuelta en su casa, preguntó a Lita su papá: ¿Te has divertido, Lita? Mucho, papá. Pues pasado mañana repetiremos el paseo. Lita se afligió mucho, porque si cada dos días obligaba a descansar uno, no acabaría a tiempo las dos colchas que le quedaban por hacer.

No era todo hacer calceta ni colchas de crochet: también se rendía culto a la música. El P. Norberto era organista de la iglesia, y aunque conocía poca música profana, algunos nocturnos tocaba, y cuando no, acompañaba al P. Narciso, que entre sus múltiples habilidades tenía la de tocar en la flauta dos o tres pavanas y la sinfonía de Juana de Arco.

Ramón le dijo que estaban a 27 de junio, y que faltaban todavía siete días para la fecha de redención, el 5 de julio... ¿Cómo pasar todo ese tiempo para no impacientarse ni aburrirse?... Pues ahora fue la misma Lita quien invitó a su padre a ir todas las tardes a Palermo y al Jardín Zoológico, y hasta más de lo que él podía, por sus quehaceres... Y la mamá se apresuró a hacerle el gusto, gozosa de ver al fin a su hija querida descansada y contenta: ¿Cuándo llevaremos a los niños pobres tus colchas? le había preguntado un día su mamá.

Porque pensaba que antes de que se cumpliese el plazo de los treinta días, ella podría presentar a su hada madrina las tres colchas. Entonces sanaría y caminaría sola y derecha, aunque tuviera un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposas azules. Visitaría el País de las Hadas, donde se ven en jaulas de oro los animales que aquí faltaban: sirenas, unicornios, dragones...

Altisidora -en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida-, siguiendo el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo tenía, y vestida una tunicela de tafetán blanco, sembrada de flores de oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya presencia turbado y confuso, se encogió y cubrió casi todo con las sábanas y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía ninguna.

Soplaban dulces y amorosos vientos, Todos en popa, y todos se mostraban Al gran Viage solamente atentos. Las sirenas en torno navegaban, Dando empellones al bagel lozano, Con cuya ayuda en vuelo le llevaban. Semejaban las aguas del mar cano Colchas encarrujadas, y hacian Azules visos por el verde llano.

Jacobo procuraba abrirse paso a través del gentío, arrimándose a la escalerilla de la iglesia; mas detúvose de pronto sorprendido y ocultóse al punto como asustado, detrás de unos mascarones, cubiertos con pingajientas colchas de zaraza atadas por la cabeza, que saltaban delante de él medio borrachos.

Por lo demás, fuera de aquella maligna intención para herir en lo vivo a las personas, en lo cual podía competir y aun creemos que aventajaba a María Josefa, era un ser útil y servicial. Su malignidad, al cabo de todo, era resultado de la que a él se le mostraba. Sus habilidades muchas y varias. Trabajaba el punto de crochet que daba gloria. Las colchas que él hacía no tenían rival en Lancia.

Una niña hacendosa y caritativa debía tejerles, así como su mamá tejiera a su papá una colcha de seda el verano pasado, tres colchas de lana: una blanca, otra celeste y otra rosada. Ella vendría a buscarlas una noche, dentro de treinta días justos. Si no estaban listas las colchas se volvería a su país, donde andaba siempre viajando... ¡Y para no volver más!

Palabra del Dia

irrascible

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