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Actualizado: 19 de junio de 2025
Cada uno, por el aquel de no sufrir, se emborracha con lo que puede: esta con el aguardentazo, otros con otra cosa. Yo también las cojo; pero no así: las mías son de cosa de más adentro... Ya te contaré, ya te contaré».
La atención de nuestros escuderos se fijó particularmente en dos personas que iban delante y en la misma dirección que ellos. Eran un hombre y una mujer, alto, cojo caído de hombros el primero, que llevaba debajo del brazo un objeto grande y plano envuelto en negro lienzo.
Pero una noche tuvo un encuentro triste. Al entrar en la Plaza de Provincia vio una persona, dos, tres. Eran un hombre cojo, bien envuelto en su capa, una mujer tan bien resguardada del frío, que sólo se le veían los ojos, y un niño con gabán y bufanda, mostrando la nariz húmeda y los carrillos rojos de frío.
¡Qué viciosos sois! dice; ¡tan de mañana y ya al juego! ¡A ver, á ver! ¡Tonto! ¡arrastra con el tres de espadas! Y cierra su libro y se pone tambien á jugar. Se oyen gritos, resuenan golpes. Dos se han peleado en el vecino cuarto: un estudiante cojo muy picon y un infeliz recien llegado de provincias.
Algunos pasos más allá, a corta distancia de la iglesia, se apoyaba en la pared, cargando el cuerpo sobre las muletas, el cojo y manco Elíseo Martínez, que gozaba el privilegio de vender en aquel sitio La Semana Católica. Era, después de Casiana, la persona de más autoridad y mangoneo en la cuadrilla, y como su lugarteniente o mayor general.
Entonces hubiera sucumbido ciertamente si Tanasio de Entralgo no oyese sus gritos. Se batía éste en retirada al lado del Cojo de Mardana, pero en buen orden y causando grandes estragos en las filas enemigas, cuando llegó á sus oídos las voces de auxilio de su enemigo. «Simón le dijo al Cojo, oigo la voz de Quino. Me parece que está en mucho aprieto allá arriba.
Nelson, que no era ningún rana, vio nuestra línea y dijo: «Pues si la corto por dos puntos distintos, y les cojo entre dos fuegos, no se me escapa ni tanto así de navío». Así lo hizo el maldito, y como nuestra línea era tan larga, la cabeza no podía ir en auxilio de la cola . Nos derrotó por partes, atacándonos en dos fuertes columnas dispuestas al modo de cuña, que es, según dicen, el modo de combatir que usaba el capitán moro Alejandro Magno, y que hoy dicen usa también Napoleón.
Además, que si no hubiera sido por ti, se habría quedado cojo para toda la vida. En este momento entró el duque y, cortando el hilo a los desahogos de agradecimiento en que Stein se deshacía, le dijo a su mujer: Vengo a pediros un favor: ¿me lo negaréis, María? ¿Qué es lo que podremos negaros? se apresuró a contestar Stein.
«Chiquilla, ¿me das la mano del almirez? Esta bota tiene un clavo tremendo, pero tremendo, que me ha dejado cojo». Papitos cogió la mano del almirez, haciendo el ademán de machacar al señorito la cabeza. «Vamos, niña, estate quieta. Mira que le cuento todo a la tía. Me encargó que tuviera cuidado contigo, y que si te movías de la cocina, te diera dos coscorrones».
Al fin todos hablan en verso, y es tal su facilidad de ritmo y consonante, que he oído a Carlos Sáenz hacer versos durante un cuarto de hora, sin detenerse un instante. Disparates sin sentido, con frecuencia, pero jamás un verso cojo ni una rima pobre. En general, el espíritu corre a raudales; una palabra, una frase, dan el pie a una improvisación admirable...
Palabra del Dia
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