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Lope pudo ser ya entonces hermano de cofradías, y sólo más tarde ordenarse de sacerdote.

Lo que me carga es que vaya ese don Ramoncito, que me tiene ya hasta aquí. Mira, mira, Leoncia: si lo echas, estaré cantando seguidillas cuatro días seguidos. ¡Ah! No me acordaba: ¿sabes que estamos arreglando una procesión en las Maravillas? Ya te proporcionaré un balcón para que la veas. Va á estar muy lucida, y salen más de veinticinco santos y todas las cofradías de Madrid.

Así continuaron las cosas muchos años, apesar de los edictos de 1754, 1757 y 1758, siendo inútiles cuantos esfuerzos se hicieron por obligar á respetar el alumbrado, que siguió constituído únicamente por los farolillos que adornaban las cruces y retablos, que sostenían sus hermandades y cofradías.

Así se vieron libres de los cuidados consiguientes á su administración especial de fondos. En este año cambiaron tan radicalmente, que la municipalidad de Madrid tomó á su cargo celebrar los contratos de arrendamiento en nombre de las cofradías, libertándolas de los perjuicios que pudieran haber sufrido.

Gracias á una suma de dinero, que facilitó Ganasa, y á algunos socorros de las cofradías, se edificó un techo en el corral de Isabel de Pacheco, que resguardaba todo el escenario y parte del patio, ocupado por los espectadores, pero de manera que el centro del mismo quedaba siempre descubierto.

Antes de llegar a Orio, el viento cesó por completo y las velas quedaron inmóviles, arrugadas en sus grandes pliegues, como muertas en la calma absoluta de la tarde. Uno de los hombres del patache y el grumete echaron sus aparejos de pesca, mientras los demás marineros sostenían una larga conversación en vascuence acerca de las divisiones de las cofradías de pescadores de Lúzaro.

Era profundamente piadoso. Formaba parte de varias cofradías y hermandades. Cuando se prosternaba en las iglesias ante alguna imagen de Nuestra Señora de la Merced, a la cual tenía particular devoción, su labio temblaba sin cesar, y los ojos, echados hacia el cielo, se le quedaban en blanco.

Ya no volvería a perorar con el pie derecho en la tarima del brasero y el estoque bajo el sobaco. ¡Iba a morir! El cortejo penetró en la ciudad por la puerta del Mercado Grande, tomó la calle de San Jerónimo y luego la de Andrín. Caminaban por delante las cofradías de la Caridad y la Misericordia tañendo sus plañideras campanillas.

Cuando Ramiro llegó ante el blasonado frontis, los empleados de la justicia regia y comunal se aglomeraban y zumbaban como moscas a uno y otro lado del portalón y en torno a la fuente; mientras las cofradías y las órdenes esperaban, en larga hilera, desde la plaza del Mercado hasta más allá del convento de Santa María de Gracia. Los monjes rezaban.

Pero el núcleo quedaba: era el grupo numeroso y considerable de beatas ilustres que rodeaban al Gran Constantino, a doña Petronila. Durante los meses del calor disminuían bastante las limosnas, pero se hablaba mucho en las cofradías, preparando las fiestas de Otoño y de Invierno; y además, se murmuraba un poco de las ausentes.