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Actualizado: 27 de junio de 2025
Después, D. José se metía también en la cocina para ayudar y dar más de un consejo; que algo se le entendía de arte de estofados y otros culinarios estilos. Las niñas dejaban la costura aquel día; no se pensaba más que en la cena, y entre componerse para ir al Teatro Martín con Miquis, y ayudar un poco a su madre, se les pasaba la tarde.
El Juanito de ahora estaba muy lejos del de los tres meses antes. Ya era hora de dedicar a rodillas de cocina las levitas viejas de su padrastro el doctor Pajares, prendas que la mamá le había hecho usar para mayor economía. El amor había transformado a Juanito.
Intentaba buscar en mis libros y periódicos, en la soledad de mi habitación, el remedio contra estos aburrimientos de la cocina; pero el temor de que lo tradujera mi tío en señal de menosprecio de sus rudos tertulianos, me contenía.
Los que no eran sobrios evitaban emborracharse francamente como los marineros de otros mares, disimulando la rudeza del brebaje alcohólico con el café ó con el azúcar. Caragòl era el encargado de beberse todos los «calentitos» despreciados por el capitán, con otros más que se dedicaba á sí mismo en el misterio de la cocina.
Aun así, quiso evitar su presencia, como si temiese algún descuido al hablar con él, y fingió trabajos en las bodegas. Luego salió del buque, yendo á visitar á un amigo en un vapor algo lejano. Esteban entró en la cocina, llamando alegremente al tío Caragòl. Tampoco éste era el mismo. Sus ojos húmedos y rojizos miraban al muchacho con una ternura extraordinaria.
Otras veces Ramiro curioseaba la negra cocina; el horno del pan, capaz de abastecer a un convento; la panera, donde se guardaban los sacos del diezmo; o, bajando por una rampa de piedra, hacia la derecha del portal, íbase a palmear las mulas y el cuartago en las caballerizas subterráneas.
De pronto, una voz, la de Tona que se asomaba a menudo a la puerta del balcón de la cocina, gritó desde el fondo del último carrejo: ¡Ya vienin!
Un instante, amigo mío, dijo el antiguo fabricante de pastas; tengo que decir á usted dos palabras antes de marcharme. ¿Dónde hablaremos sin que se nos moleste? Si el señor quiere entrar en el recibimiento, no habrá riesgo de que nadie entre... ¡No! Jamás viene nadie... Marieta está en la cocina y la doncella arriba, en el cuarto de costura.
Vete a la cocina con la niña, y ayuda al ama, si hace falta. Alúmbrate con este fósforo. Cuidado. Belarmino se recogió otra vez a meditar, empapado en la tiniebla.
Poco a poco los vestidos fueron pasando de la cómoda a la cocina, por conducto de las prenderas. Últimamente, en un triste y húmedo día de octubre, se comieron el sombrero de paja de Italia. ¡Era el último plato! Capítulo IX La caricia del oso
Palabra del Dia
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