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Actualizado: 28 de julio de 2025
Si es mi sobrino: hermano de madrrre de la Vegallana... Es hijo de Tonino Cifuentes, que fue subsecretario de Estado en tiempo de Iztúrrriz, y entró en la Compañía, cuando... ¿Pero está también en Biarritz? No: está aquí en Parrrís; en la rrue de Sévres... Desde el 68 no ha estado en España sino de paso. Y con cierto delicado recelo, añadió tímidamente: ¿Quierrres que lo vea?...
¿Se dejará robar?... ¡Pues ya lo creo!... Lo que es por ella, en cuanto le guiñes el ojo... Si te quiere, hombre; te quiere lo mismo que el primer día en que la engañaste. ¡Mentira parece!... Pues entonces... Entonces, queda el rabo por desollar. ¿Y de quién es ese rabo?... Amigo mío... del padre Cifuentes. ¡Ya!... Ya me lo habían dicho. Pues no te engañaron.
Expónme ahora tus deseos, claros y concretos. «¡Castelar tenía razón!... ¡Indudable era que las sotanas partían con las faldas el imperio del mundo!...» Y mientras esto pensaba Jacobo, con cierto rabioso despecho, que le hacía aún más antipático al padre Cifuentes, púsose a trazar un plan encantador, un verdadero idilio aristocrático, mitad campestre, mitad feudal, que fue exponiendo poco a poco y por partes.
El desengaño había sido cruel, y tornábase de nuevo angustiosa la situación de Jacobo al ver hundirse todas sus ilusiones, dejando tan sólo en su ánimo zozobras y rencores terribles que encendían en su corazón, contra la marquesa de Villasis y el padre Cifuentes, la rabia implacable que siente el perverso contra todo aquel en quien se ve forzado a reconocer el derecho de despreciarle.
Y tan de veras... Porque siendo ella más rica que yo, no faltarán malas lenguas que atribuyan al interés mi vuelta a su lado... ¡Oh, no, no, Jacobito, porr Dios! ¡Porr Dios, Jacobito!... ¡Quien piense eso..., no te conoce! En fin, ya lo veremos... Lo que importa ahora es que yo me entienda con el padre Cifuentes. Pues si te parrrece, mañana irrremos. Sin falta.
La Villasis sabía muy bien a qué atenerse, porque el padre Cifuentes le daba en su carta cuenta detallada de su entrevista con Jacobo.
Rompiólo Currita al cabo; aquella pichoncita suya monísima y preciosa la había enternecido... Pero todo aquello era muy serio, muy grave, y hacíase preciso pensarlo despacio, muy despacio, y no decidirlo así de repente, en un segundo... Por de pronto, dejaría a la niña en el colegio y detendría ella su viaje para hablar con el padre Cifuentes.
En todo el transcurso de la plática había evitado con marcada afectación designarle con el nombre de Padre, llamándole siempre señor Cifuentes.
Creyó usted mal, señora condesa... Esa niña es un ángel, de entendimiento muy claro, de corazón muy grande y muy recto, y está aterrada por las cartas de su hermano, que... ¡pasan el alma, señora condesa, pasan el alma! Y las dos lancetas que tenía en los ojos el padre Cifuentes pasaban de parte a parte la frente de Currita, cual si fueran a clavarse en el fondo de su pensamiento.
¿La mano del padre Cifuentes?... ¡Pobre padre Cifuentes!... La descubrirás tú, sin duda, desde aquella montaña de Tai-Sam a que subiste hace poco... Yo, como vivo en terreno llano, no la descubro. Jacobo, golpeando con ambos guantes la tapa de la mesa, guardaba silencio. La marquesa le preguntó al cabo, sin perder su serena calma: ¿Conque decididamente no firmas? No firmo replicó Jacobo con ira.
Palabra del Dia
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