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Cuanto mayor fuera el celo que desplegara al acusar a éste, cuando su inocencia parecía ya demostrada, tanto más naturalmente se habría creído que sólo un odio ciego lo animaba, y su amor por la Condesa habría sido la explicación de ese odio, de su deseo de venganza! ¡La confesión de la Natzichet había hecho olvidar su pasión y le permitía hasta evitar el mencionarla de nuevo; pero para proclamar mentida aquella confesión, debía intervenir aún más activamente que antes, insistir en el sentimiento que lo había unido a la Condesa, exponerlo a las sospechas profanadoras!... ¡; mas, para evitar tan intolerable daño, debía calladamente admitir la inocencia de Zakunine!... ¡Y ante esa idea se sublevaba todo su ser: ¡no! si había un culpable era él! ¡Nadie más que él podía serlo!...

Se marchó sin mirarle, y Desnoyers, por instinto, caminó en dirección opuesta. Cuando al serenarse quiso volver sobre sus pasos, vió cómo se alejaba dando el brazo al ciego, sin volver la cabeza una sola vez.

En la portería daban asilo a un conocido de Benina, el ciego Pulido, que era también punto fijo en San Sebastián.

Había sido acomodado en su juventud; y aunque ciego después y combatido por la más grande miseria, había opuesto a estas dos calamidades tal resignación, tal fuerza de espíritu y tal constancia en el trabajo, que se había hecho notable entre los montañeses, quienes le señalaban como el modelo del varón fuerte.

Llamó desde luego la atención de los transeúntes un ciego que no cantaba peteneras o malagueñas, y muchos hicieron círculo en torno suyo, y no pocos, al observar la maestría con que iba venciendo las dificultades de la obra, se comunicaron en voz bajo su sorpresa y dejaron algunos cuartos en el sombrero, que había colgado del brazo.

Haciéndolo así, estos versos se quedan en la forma siguiente: Temo, caro dueño mío, Intereses de una Infanta, Que, en efecto, en beldad tanta No es valiente el albedrío. Lope, el ciego desvarío, De sospechas y desvelos; Combatida de mis celos Me da causa de culparos: Viviré con adoraros, etc. Por artificioso que sea este plan de Elvira, supéralo Lope en sus respuestas.

El viviendo al lado de la enfermera, aprovechándose de la ignorancia del ciego para inferirle todos los días con sus amores un nuevo insulto, ¡ah, no! Era una villanía. Se acordaba ahora con vergüenza de la malignidad con que había mirado poco antes á esta hombre desgraciado y bueno. Se reconocía sin fuerzas para luchar con él.

El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura.

«Soltar , soltar ... dijo el ciego estremeciéndose de la cabeza a los pies, cual si recibiese una descarga eléctrica . Mala , gañadora ... matar yo ti».

La voz de Santiago, al entrar por la mañana en su cuarto diciendo: «¡Hola, Juanito! arriba, hombre, no duermas tantosonaba en los oídos del ciego más grata y armoniosa que las teclas del piano y las cuerdas del violín. ¿Cómo se había trasformado en malo aquel corazón tan bueno?