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Actualizado: 1 de julio de 2025


-No entiendo ese latín -respondió don Quijote-, mas yo bien que no puse las manos, sino este lanzón; cuanto más, que yo no pensé que ofendía a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que le pasó al Cid Ruy Díaz, cuando quebró la silla del embajador de aquel rey delante de Su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel día el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.

Así lo atestiguan las esculturas y las pinturas que en la Alhambra se conservan. Poesía dramática no tuvieron nunca. Algo de poesía épica ó narrativa puede decirse qué tuvieron, si bien no tuvieron nada que, ni remotamente, pudiera compararse, no digamos ya al antiquísimo poema del Cid, pero ni á las leyendas de santos de Gonzalo de Berceo.

Fernando repetía con entusiasmo su propio apellido al hablar de aquel varón fuerte, al que consideraba su ascendiente glorioso. Ojeda es en el Nuevo Mundo lo mismo que Aquiles en la Ilíada o el Cid en el Romancero. ¡Qué hermosa muestra de hombre!... Los cronistas de la época lo pintaban pequeño de cuerpo, agraciado de rostro, con una agilidad y una fuerza sorprendentes.

La ofensa hecha á Don Diego; la lucha, la persecución, la ocultación y la huída del Cid; sus hazañas contra los moros, y finalmente, el combate legal con Don Sancho, suceden en un espacio de pocas horas.

El Cid alanceaba toros, conforme; los caballeros moros y cristianos se entretenían en los cosos; pero ni existía el torero de profesión, ni a los animales se les daba una muerte noble y conforme a reglas. El doctor evocaba el pasado de la fiesta nacional durante siglos.

Lea estos papeles -me dijo-, por vida del licenciado, que no ha salido en campaña, ¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive Dios!, tan señalado. Y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar cañones de hoja de lata y a enseñarme papeles, que debían de ser de otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí y dije mil cosas en su alabanza y que el Cid ni Bernardo no habían hecho lo que él.

Distinguen particularmente á este verdadero drama nacional, el sello y el colorido, que caracteriza á la Edad Media española. El Cid, más bien en esta segunda parte que en la primera, es el héroe elevado y constante, que nos describen los romances; y por punto general se aprovecha en ella con esmero cuanto dicen las crónicas y cantos populares.

Palabra del Dia

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