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Actualizado: 5 de junio de 2025


Parecía que le habían arrancado a su celda y a sus libros con gran trabajo, que entraba allí con repugnancia, sólo por hacer algún bien con el contacto de su sabia y virtuosísima persona a aquellos buenos señores de Calderón, de quienes era director espiritual. Sus hábitos y sotana eran finos y elegantes; los zapatos de charol con hebilla de plata; las medias de seda.

Pasaba junto a él un niño llevando en un pie una bota de charol y en el otro un zapato rojo, arrastrando la balumba de arrugas de unos pantalones de hombre, cubriéndose la cabeza con una pamela de paja desengomada y con vestigios de flores. No, no era una máscara.

Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?

que no conoce el asco, ni el ruido, ni el miedo, ni los guantes, ni el charol, no debe aburrirse nunca en el campo, ó no hay en él seres felices; afirmación que negarán los poetas melenudos, de báculo y zampoña, y los novelistas sobrios, ascéticos y filósofos.

Olvidarla... Siendo lo que hubiera deseado, era precisamente lo que no podía hacer. Y es extraordinario cómo su cuerpo, desde el más invisible cabello de su cabeza al tacón de sus zapatos, era un vivo deseo, y cómo al cruzar el hall para ir adentro, cada golpe de su falda contra el charol iba arrastrando mi alma como un papel.

En la noche anterior, las luces del café permanecieron encendidas hasta que el amanecer fue empañando su brillo. La marinería, al limpiar las cubiertas, habían salpicado con su mangueo algunos escarpines de charol que marchaban titubeantes sin encontrar su camino y smokings cuya negrura estaba constelada de manchas de ceniza y de champán.

Apenas me permito expresar una opinión cualquiera, todos los que me oyen aseguran ser de igual modo de pensar. Precisamente mi carácter ama la controversia y las disputas. Cuando vine a España, hícelo con la ilusión de encontrar aquí gran número de gente pendenciera, ruda y primitiva, hombres de corazón borrascoso y apasionado, no embadurnados con el vano charol de la cortesanía.

¿Sabéis lo que se dice? dijo a esta última el poeta Polo, jugando con su guante amarillo y extendiendo la pierna para lucir un lindo calzado de charol . Se dice que nombran a Arias mayor de la plaza; pero lo creo un solemne puff. Cosas de lugarón, de poblachón, de villorro como es este repuso remilgadamente Eloísa . Rafael merece mejor.

El espada cuidó de sus bajos con una escrupulosidad femenil. Manejaba el traje de «nazareno» con las mismas atenciones que un vestido de lidia en tarde de corrida. Se calzó con medias de seda y zapatos de charol.

El cortejo se componía, casi exclusivamente, de gente marinera; y preciso fué que me lo advirtiesen para que yo cayera en ello; pues, á juzgar por el vestido, lo mismo podían ser aquellos hombres jornaleros de taller, ó caldistas al menudeo: tanto abundaba entre ellos el hongo fino, la americana, la gorrita de seda, el pantalón ceñido, y hasta los botitos de charol.

Palabra del Dia

rigoleto

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