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Actualizado: 28 de junio de 2025


No diré que al principio no me encoja un poco; pero después... ¡vaya! ¡vaya! Y, por último, para las ocasiones son las valentías; y ahora o nunca. ¡El mi pobre señor don Celso!...

A lo cual respondió don Celso, echando lumbre por los ojillos de raposo y apretando los puños de coraje: ¡Para ti estaba! ¡para ti y para todos los de tu arrastrado oficio, mediquín trapacero del cascajo! ¿Por quién me tomas? ¿De qué madera te has pensado que soy yo?

Los mineros ¡puño! se las habían de pagar ó dejaría de ser Bartolo el hijo de la tía Jeroma de Entralgo. ¡Á la romería! ¡á la romería! se gritó. El numeroso cortejo se puso en marcha. Á su frente el impetuoso Celso dando fuego á los cohetes. Era su especialidad. Amaba los cohetes porque su olor y su estampido le recordaban la vida militar, hacia la cual profesaría hasta la muerte amor entrañable.

Finalmente para hallar locucion breve y clara, método, enseñanza, y buen juicio, es necesario leer á HIPPÓCRATES, ARETEO, CELSO, y á sus seguidores MARCIANO, DURETO, LOMIO, y los dos PISONES, y algunos otros de quien hemos hecho crítica en otra parte. No si entre los Teólogos y Letrados reyna este defecto como entre los Médicos.

¡Pero si allí no queda gota de esa sangre, don Celso! replicó Neluco. ¡Mira a quién se lo cuenta! respondió mi tío . Pero de allí es la que queda... Dios sabe si en presidio. Yo me refería a la casa solamente...

Pero más que curioso por aclararle, quedé preocupado y triste con la pintura hecha por don Celso del estado de su espíritu. Para llegar a tales extremos de franqueza un hombre de su temple, ¿cuál no sería el peso de su tribulación?

En éstas y otras, y después de trasponer un breñal casi inaccesible y de vadear un río y de saltar tres estacadas, llegó la comitiva a la primera casa del pueblo que se buscaba; la cual casa mostraba lo que era, más bien por el ramo que ostentaba sobre la puerta, que por el rótulo ilegible que se había trazado con almazarrón y alguna escoba, en un lienzo de la fachada. Aquí es dijo don Celso.

Cuando la cabalgata se alejó de allí, don Simón no pudo menos de decir a don Celso, con desencanto: Si éste es de los que me apoyan en el distrito, ¿cómo serán los que me combaten? ¿Qué puedo prometerme de los dudosos? No haga usted caso de palabras ni de semblantes, señor don Simón respondió don Celso . Ese hombre, como usted le ve, donde pone la intención mete la cabeza.

Nolo y Celso saltaban como corzos por la montaña. Pero el tío Goro no se quedaba atrás: la fuerza que faltaba á las piernas sobraba al corazón. Pronto llegaron al prado de la tía Basilisa. Llamaron de nuevo á la joven por el boquete. Ninguna voz fuerte ni débil les respondió. Algunos dudaron de las palabras de Celso; pero éste, cada vez más firme en su convicción, propuso descender á la mina.

Y a propósito de elecciones dijo don Celso : tengo el gusto de presentar a usted a nuestro.... ¡Calle! ¿Dónde está don Simón? ¡Aquí está! respondió desde el corral una voz débil y enronquecida. Corrieron allá los seis caciques, y encontraron al candidato haciendo los mayores esfuerzos para apearse, ayudado del jayán. El pobre hombre estaba entumecido, yerto.

Palabra del Dia

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