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Actualizado: 30 de abril de 2025
Se trabajó tanto, que al tercer dia de Pascua todo el ejército estuvo en el pago, ó estancia de San Martin. Estando aquí el enemigo, los Miguelistas le entregaron dos cartas, en las cuales les protestaban que ellos de ningun modo habian de ceder sus tierras, sino que se habian de resistir todo lo que pudiesen.
¡Pero Juanita, Juanita! exclamó el escritor, mirando al techo. Juanita no puede ceder á las despóticas exigencias de esa tarasca de su madre. La ragazza te quiere; pero si su madre se emperra en que no, y que no... Yo creo que de esta vez te quedas con tres palmos de narices.
Era una sombra del pasado, y si llegaba a ceder en un momento de bondad, se arrepentiría luego, viendo en Ojeda un gesto de decepción, lo mismo que si acabase de sufrir un engaño. «No, novio mío, no.» Lo importante era amarse.
Este era un punto inconcuso, el axioma de la familia, pues no hay familia que no tenga algún axioma. Para pagar con desahogo la casa, la familia tenía que ceder un gabinete a caballero decente, sacerdote, o señora viuda sin hijos. Durante tres años proporcionáronle este alivio distintos sujetos.
El haber dejado de ser capital, despues de la muerte de Marasa, para ceder este rango á Trinidad, tantísimas dilapidaciones, y sobre lodo, el cambio de local, han reducido á esta mision á la mas lastimosa miseria, siendo indudablemente hoy en dia la mas pobre de todas.
Los desfiladeros de Navarra seguían en manos del vacilante Carlos, que había tratado de negociar á la vez con Enrique de Castilla y con Eduardo de Inglaterra; pero la mano de hierro del Príncipe Negro le obligó á ceder y dejar libres los pasos de la cordillera.
Y sin embargo fué preciso ceder al nuevo torrente y adoptar la arquitectura exótica.
El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama.
En un pueblecito de Castilla llamado Astudillo existía un convento de Carmelitas Descalzas, donde estaba de superiora una prima suya. Era un retiro dulce, remoto; no había más que diez o doce monjas: un rinconcito del cielo, como le decía cierto capellán que lo había visitado. A ése se empeñó en ir, y su confesor no tuvo al fin más remedio que ceder.
Bueno es que tanto los pueblos como los gobiernos se ajusten á ella. Y por eso nosotros repetimos y repetiremos siempre, mientras sea tiempo, que vale más adelantarse á los deseos de un pueblo, que ceder: lo primero capta simpatías y amor; lo segundo, desprecio é ira.
Palabra del Dia
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