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Actualizado: 12 de junio de 2025
Aceptado, y basta de charla, dijo Tristán adelantando el pie izquierdo, echando hacia atrás el cuerpo y abriendo y cerrando las enormes manos. El arquero, aunque de estatura mucho menor, tenía músculos de acero y era luchador experto. Acercóse con cauto paso á su adversario, que le miraba con ceño, erizada la roja cabellera y pronto á asirle entre sus garras.
Como el cauto Pacha habia tenido gran cuidado de que se tomasen todas las medidas necesarias, nada le faltaba á la nueva colonia. Para poder vestirse plantaron algodon, y mientras que se ocupaban los hombres en la caza y en labrar las tierras, las mujeres tejian y cuidaban de las faenas caseras.
Jerónimo murió al fin; habían pasado dos años sin que el señor Francisco recibiese noticias de su sobrino, cuando su sobrino se le presentó de repente como llovido del cielo y portador de una carta de su hermano el arcipreste; aquella carta podía ser la resolución del misterio, y como este misterio se había agravado para Montiño desde el momento en que había creído encontrar en el semblante del joven ciertos rasgos de semejanza con una alta persona á quien conocía demasiado, sintió una comezón aguda por apoderarse de aquella carta; pero siempre cauto y prudente disimuló aquella comezón, afectó la mayor indiferencia hacia su sobrino, y sólo volvió á anudar el interrumpido diálogo con el joven, después de haber dado á los pajes dos docenas de platos y seis docenas de órdenes y advertencias.
Su Paco era torpe, no sabía.... «¡Es indecente que yo te sorprenda en tus desmanes, muchacho!... No llegas al plato y te quieres comer las tajadas.... Aprende primero a ser cauto y después... tu alma tu palma».
Y, cosa rara en personas que han padecido mucho en la mocedad, no se tornó misántropo, ni egoísta, ni se le agrió el carácter. Era, en cierto modo, desconfiado y receloso, digamos mejor, cauto. Difícilmente le engañaban.
Si hubiera sabido que mis inocentes atenciones con su hija pudieran interpretarse tan malignamente, me hubiera guardado bien de prodigárselas... En adelante procuraré ser más cauto... Pero, ¡Dios mío! añadió riendo. ¿Cómo es posible figurarse que un hombre de mis años pueda mirar a una niña como Ventura, sino con ojos paternales? Allá en el fondo, sentíase halagado de aquella suposición.
Era sino del pintor despertarla fácilmente; pero como hombre bien educado y cauto sabía restañar prontamente las heridas. Por lo que a mí me sucede. Yo cuando quiero mucho a una mujer desearía estrujarla. Rosa no pudo menos de reír. Está visto, Marcela, que te complaces en recibir en tu casa a los hombres más desvergonzados de Madrid.
Lo otro es distinto: la atacada es la parte débil... y, en fin, con estar avisado y ser cauto, nada pierdes. Por interés mío no te hablo: no he vuelto nunca a imaginar que yo pudiese tener nada con ella. Además, ya sabes que estoy con Engracia. Tienes razón. A estar yo en tu pellejo, lo primerito que hacía era prohibirla que volviese. Se arma en mi casa la de Dios es Cristo.
¡Tendría gracia! exclamé después de haber meditado un rato, sonriendo a una idea que me asaltó de pronto. Me propuse, sin embargo, ser más cauto, procurando aparecer las menos veces posible en público con las monjas. En cambio me esforzaba por que los ratos de conversación dentro de casa se prolongasen.
Pero si los años no habían logrado modificar en el fondo aquel ser amable y creado para el amor, habíanle hecho, sin embargo, más cauto, más reservado. Ya no mostraba sus preferencias con la ingenuidad de otros tiempos, ni daba suelta a los súbitos arranques de su corazón inflamable sino después de poner a prueba la lealtad del objeto de su ternura. ¡Había padecido tantos desengaños en la vida!
Palabra del Dia
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