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Actualizado: 4 de junio de 2025


Te desobedecí, fuí ingrato á tu amor, fuí sordo á tu llanto, y el cielo me castiga por aquella culpa. Pero que fuiste tan buena, tan paciente, tan generosa; que tanto sufriste, que tanto lloraste, madre de mi vida, madre de mi alma, perdonarás á tu hijo.

El médico decía que algún derrame, algún vaso.... Materialismo puro. Doña Anuncia veía la mano de Dios que castiga sin palo ni piedra. Esto no impidió que durante el viaje manifestase la señorita de Ozores, vestida de riguroso luto, un dolor apenas mitigado por la resignación cristiana.

Y hablaba a continuación de «la Papisa Juana», tremenda señora que Pablo Valls había visto siempre de lejos, por ser para ella la personificación de todas las impiedades revolucionarias y todos los pecados de su raza. «Por este lado no tengas esperanzaLa tía de Febrer sólo se acordaba de él para lamentarse de su mal fin y alabar la justicia del Señor, que castiga a los que caminan por malos senderos y se apartan de las santas tradiciones de la familia.

No hay ningun tormento venidero que pueda ejercer semejante justicia sobre aquel que se condena y se castiga a si mismo. Estos sentimientos son laudables, porque algun dia haran lugar a una esperanza mas dulce.

¡Dios me castiga! exclamó ; no he sabido dominar mis pasiones: mi cuerpo está en el claustro, pero mi alma en el mundo; soy un miserable hipócrita.

Es mi felicidad, y al mismo tiempo mi tormento. Perla es quien me sostiene viva en este mundo. Perla también me castiga. ¿No véis que ella es la letra escarlata, capaz solamente de ser amada y dotada de un poder infinito de retribución por mi falta? No me la quitaréis: primero moriré.

Por esto Dios, a todos los sobones y entrometidos que le siguen los pasos y le cuentan las arrugas, les castiga volviéndolos tontos. Conque, saque usted la consecuencia.

El primero que habla es Omequeturiqui, y esto con voz alta; el segundo es su hijo y habla con las narices, el último habla Urapo y tiene una voz semejante á un trueno; el Padre es el dios de la justicia y castiga á los malos, ya con un palo, ya con otro instrumento semejante; el Hijo y el Espíritu son los abogados, pero mucho más la diosa.

¡Mentira, calumnia! exclamó el intendente. ¡Chist! murmuró el aya , acordaos de vuestra promesa. Yo también creo que se trata de traicionaros a fin de que vos solo carguéis con la pena de un delito que la ley castiga con cinco años de presidio. Quiero salvaros por gratitud, por abnegación. ¿Quién puede haberos revelado cosas semejantes? ¿No lo adivináis?

¡Feliciano, milagro que te han dejado venir al baile tus hermanas! ¿A qué hora te han mandado retirarte? Dicen que doña Petra te castiga cuando llegas tarde, ¿es verdad? ¡Pobre Feliciano! ¡Qué severas son tus hermanas! Ya que no te han permitido casarte, debieran darte un poco más de libertad. El bravo comerciante, sin ofenderse, contestaba con sonrisa bondadosa a aquellas arpías.

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