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Los perseguidores lo presumían; pero como dentro del monte, el que ataca tiene cien probabilidades contra una de ser detenido por una bala en mitad de la frente, el capataz se contentaba con salvas de winchester y aullidos desafiantes. Por lo demás, los tiros errados hoy habían hecho lindo blanco la noche del jueves... El peligro había pasado. Los fugitivos se sentaron, rendidos.

Las mujeres, vestidas ligeramente, con sólo una falda de percal, mostrando los brazos desnudos por debajo del pañuelo cruzado sobre el pecho, se encargaban de las cestas de provisiones, admirándolas con alabanzas para el rumboso señorito. El capataz elogiaba la calidad de los fiambres y de las aceitunas, que servían para excitar la sed.

Después de esto, el llamado Milord rogó al médico, que ya que estaba en Labarga, se llegase á la cantina de Tocino, el capataz de su confianza, que llevaba varios días inmóvil en la cama por el reuma. Aresti se resistía alegando su viaje á Bilbao. Un momento nada más, don Luis: entrar y salir.

Rafael contempló largo rato los edificios, temiendo que en su oscura masa se iluminase una rendija, se abriera una ventana y asomase el capataz alarmado por la carrera de los mastines. Transcurrieron algunos minutos sin que en Marchamalo se notase el menor movimiento.

El señor Manolo no los mentaba nunca, y eso que sabía dónde se ocultaban desde la semana siguiente a la de su fuga. Vivían cerca de la plaza de la Cebada, en la casa de un reaccionario, de un loco que repartía estampas y regocijaba a la gente con sus sermones. Yo lo todo dijo el capataz, riendo ante el asombro de Maltrana . En mi oficina se habla de cuanto ocurre en Madrid.

El capataz creía vivir en el mejor de los mundos contemplando a sus hijos corretear por los senderos de la viña con dos de los señoritos de la casa, mientras el mayor, el futuro dueño, a pesar de ser todavía un niño, se mantenía al lado de su madre, imitando sus gestos altivos.

De seguro que ninguno de ellos había tenido nunca padre ni madre, ni Lilí, ni sacado en todos los días de su vida un solo premio... Cuando él fuera grande había de ahorcar a todos los empleados del resguardo, colgándolos como los chorizos que había visto una vez en la chimenea del capataz del Encinar, allá en Extremadura... ¡Y todavía, al doblar la esquina de la Universidad, se atravesó un coche, y después un carro de mudanzas y luego un gran ómnibus, y hubo que perder otros tres minutos!

Si el lector se acuerda de lo que he dicho del capataz de carretas, adivinará el carácter, valor y fuerzas del Boyero; un resentimiento con sus jefes, una venganza personal lo impulsa a aquel feo paso, y Facundo toma la Villa del Río Cuarto gracias a su revelación oportuna.

Ante el absorto padrino y su hija María de la Luz, que le miraba fijamente con sus ojos de brasa, el muchacho sacaba a puñados las monedas de oro, las libras inglesas, como si fuesen ochavos, y acababa por extraer de las alforjas algún pañuelo vistoso o puntilla complicada, para hacer regalo de ello a la hija del capataz.

Los pesados racimos de bestias muertas que el señor Manolo sostenía en sus manos eran los únicos testimonios de la realidad de la aventura. Toca, Isidro decía el capataz riendo . ¡Qué famosa cachuela vamos a comernos!... El joven, pensando en los guardas, sentía ahora un miedo mayor que el que había experimentado al otro lado de las tapias.