Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 10 de mayo de 2025
Las voces frenéticas de los monjes, en los coros obscuros, ahogaban en la memoria hasta el último eco del canto de los almuédanos. La cera y el aceite ardían de continuo. Los antiguos alminares lloraban con campanas católicas su remordimiento. Un ensueño de otra vida, un ansia de salvación eterna brillaba en la pupila febriciente de los hidalgos, vestidos casi todos de negro.
El único que solía mostrar indicios de rebelión era el chiquitín. La Señana, en sus cortos alcances, no comprendía aquella aspiración diabólica a dejar de ser piedra. ¿Por ventura había existencia más feliz y ejemplar que la de los peñascos? No admitía, no, que fuera cambiada, ni aun por la de canto rodado. Y Señana amaba a sus hijos; ¡pero hay tantas maneras de amar!
Con un sentimiento entusiasta de la naturaleza, recorre Calderón los mágicos jardines de la creación, y toda flor que abre ávida su cáliz á la luz, el canto de todas las aves, el murmullo de todas las hojas, anuncian el eterno misterio del amor.
Adelante, los de delante y los de atrás que seguirán. Era esta una vieja canción gascona para medir la marcha; muy buena para el llano, pero poco oportuna en aquellos vericuetos. Bautista, animado por el ejemplo del gascón, cantó un zortzico vasco francés, que decía así: Gau erdi da errico orenean iñon ez da arguiric lurrean ez diteque mendian adi deuzic aicearen arrabotza baicic.
Moviendo su cabeza con aire de incredulidad, cantó estas palabras: A mí no me emboban. Esto no es epidemia que venga de las Asias, sino malos quereres. ¿Y a qué llama malos quereres, buena mujer? preguntó Gracián riendo, no tan fuerte como el subdiácono, que soltó una carcajada.
Después, la rubia generala cantó con gracia, la «Femme a barbe»: y cuando el general marchó con su escolta cosaca hacia el Yamen del príncipe Tong, a informarse de la residencia de la familia Ti-Chin-Fú, yo, repleto y bien dispuesto, salí con Sa-Tó a ver Pekín. La vivienda de Camilloff quedaba en la ciudad tártara, en los barrios militares y nobles. Reina allí una tranquilidad austera.
Eran mujeres que traían carbón a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venían cargadas, mientras las que habían depositado su carga descendían por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquí todas cantaban el mismo canto plañidero, áspero, de melodía entrecortada.
Llorad, llorad, poetas orientales, Al que cantó las penas del Esclavo, Al que en la Cruz, con versos celestiales Cantó, pendiente del sangriento clavo; Que como Job sobre la piedra dura Inflamado de espíritu inmortal, Brillaba su alma transparente y pura Tendido sobre inmundo lodazal.
Sí, muy bien respondió Silas distraídamente. El canto, con su ritmo martillado, había resonado en sus oídos como una música extraña, completamente distinta de la del himno, y no podía de ningún modo producir el efecto que Dolly esperaba. Pero Silas quería demostrarle que estaba agradecido y lo único que se le ocurrió fue ofrecerle otro bizcocho a Aarón.
Después de pasar muchas horas sollozando y pidiendo fuerzas a Dios para soportar su desdicha, resolviose a implorar la caridad; pero todavía quiso el infeliz disfrazar la humillación, y decidió cantar por las calles de noche solamente. Poseía una voz regular, y conocía a la perfección el arte del canto; mas tropezó con la dificultad de no tener medio de acompañarse.
Palabra del Dia
Otros Mirando