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Cuando tan pronto vienes, algo güeno ties que dicirme exclamó el mocetón con una confianza cándida que a Fermín casi le arrancó lágrimas. Suelta por esa boca, Ferminillo mío, ¿qué resultao traes de tu embajada?... Montenegro tuvo que hacer un esfuerzo violento para mentir, ocultando con vagas palabras su turbación. El asunto marchaba así, así; no del todo mal.

«¿Quién ha entradopreguntó Bringas vivamente. Me parece que es el Sr. de Torres replicó Cándida , que ha venido a preguntar por usted. Tengo la cabeza tan débil, y al mismo tiempo tan trastornada, que me pareció oír contar dinero... Aunque no quiera, y aunque el médico me ordeno que no me ocupe de nada, no puedo menos de prestar atención a todo lo que pasa en la casa. No lo puedo remediar.

Es blanca como la luna, Es pura como una estrella, Es tan cándida y tan bella Cual la primer luz del sol, Como esa luz que se mezcla A los tintes de la aurora, Y el verde campo colora Con espléndido arrebol.

Ahora se explicaban muchas cosas, la riqueza fabulosa de Simoun, el olor particular de su casa, olor á azufre. Binday, otra de las señoritas de Orenda, cándida y adorable muchacha, se acordaba de haber visto llamas azules en la casa del joyero una tarde en que, en compañía de la madre, habían ido á comprar piedras. Isagani escuchaba atento, sin decir una palabra.

Mas Cándida, con aquella autoridad de que sabía revestirse en toda ocasión grave, mandó despejar una de las claraboyas para que tomaran libre posesión de ella las niñas de Tellería, Lantigua y Bringas. ¡Demontre de señora! Amenazó con poner en la calle a toda la gente forastera si no se la obedecía. Curioso espectáculo era el del Salón de Columnas visto desde el techo.

Además, sin ser ignorante ni cándida, tampoco resultaba sosa ni simplona: no creía que los niños se encargan a París, pero el altar de su pureza no había recibido ofrendas, y, su misma reflexiva castidad le daba conciencia del valor de lo que podía perder.

Quizá con tanta impaciencia andaba mezclada buena parte de envidia. ¡Qué apetecible y deleitoso sueño; qué calma bienhechora! Era el suelto descanso de la mocedad, de la doncellez cándida, de la conciencia serena, del temperamento rico y feliz, de la salud.

¿Quién le hablaba...? ¿Si sería Elissabetta, la cándida amada del cantor? No; era Amparito, el malicioso bebé, que le sonreía, algo confusa y tímida, como si no supiera qué decirle, y un poco más allá, doña Manuela envolviéndolos en la más tierna de sus miradas maternales. Bien sabía hacer las cosas aquella señora.

No puedes engañarme, Pedro. Si no te pasara algo que te causa pena, dada la suerte que hemos tenido de salir solos, irías contento como otras veces... Á menos añadió lanzándole una mirada entre cándida y maliciosa, á menos que no te vayas cansando de . Pedro se puso rojo y balbució algunas palabras incoherentes para protestar de aquella suposición que le lastimaba el alma.

Era un señor pequeñín, enfermizo por el exceso de trabajo, con gafas de oro y esa sonrisa atractiva y cándida cuyo secreto sólo poseen los grandes hombres de negocio o los Padres de la Compañía.