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Ya no brillaban encima de ella el raso ni las pedrerías como el día en que se despidió del mundo. ¡Oh! ¡no! un amplio sayal de burdo paño envolvía su lindo talle como una mortaja, sus largos cabellos negros, habían sido cortados, y los que le quedaban estaban ocultos tras la blanca toca que dibujaba su frente cándida, más blanca aún.

Sígueles la Culpa, que tiembla ante la forma de cruz del madero, diciéndole la Naturaleza humana: .....Cuando De mirarla te acongojas, Es cuando entre cielo y tierra El arco de paz asoma, Y con el ramo de oliva Vuelve cándida paloma, Pidiendo albricias de que El sol, que los montes dora, El día la restituya Después de tanta penosa Noche.

Su cara era hermosa, despejada, con facciones bien delineadas y enérgicas, dulcificadas por unos ojos en que parecía brillar la luz de la perpetua juventud, con una cándida expresión modesta. Entonces ha recuperado usted el registro observó al fin, mirándome fijamente a la cara. , y como lo he leído contesté, he venido aquí a investigarlo y reclamar el secreto que me ha sido legado.

Pero repito que la cara, la expresión, el mirar..., nada de esto ha cambiado. Cuando hablas pareces una mujer casada...; pero en silencio... pareces una niña, más cándida..., más inocente que tu hermanita, que también es muy mona. De todos modos... es singular..., sin antecedentes..., sin saber que yo estuviese en Madrid... No; eso no. Yo no gusto de jactarme de lo que no debo.

D. Narciso se sintió herido en lo más vivo de su ser, porque efectivamente hacía todo lo posible por parecerse al magistral, notable orador sagrado. Quedó algunos instantes silencioso y se disponía a contestar, cuando vino a interrumpir el tiroteo la entrada de una nueva señorita llamada Cándida, alta, delgada, enjuta y apretada, de la familia de los bacalaos.

¡Oh pan divino, oh grandeza Suma de Dios, reducida A una forma tan pequeña! ¡Oh inmensidad abreviada, Alta Majestad Suprema En la cándida cortina De los accidentes puesta! ¿Cómo te daré las gracias? Con la Fe, para que puedas Aquí merecer la gloria Y después la gloria eterna.

Este plan no tenía más inconveniente que la necesidad de añadir a los estómagos, de tarde, el peso de un chocolatito, cuya carga, por la circunstancia de haberse pegado doña Cándida a la familia como una lapa, se hacía punto menos que insoportable.

La de Bringas hacía allí público alarde de su vestido mozambique y Cándida lucía el suyo de gro negro, único que conservaba en buen estado. Ocioso será decir que hallándose presente el Sr. de Pez, ningún otro mortal podía atreverse a levantar el gallo en una conversación de política o sobre cualquier asunto de sustancia.

Siguieron hablando de cosas del cielo algún tiempo, pero no como personas graves, sino como niños. Aquella charla pueril parecía refrescar á la condesa. La niña cándida y bulliciosa volvía á nacer dentro de ella, y salía lanzando dulces carcajadas á la luz, olvidándose de la oscura prisión en que había yacido once años.