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El sol se hundia como una brasa fulgurante en las ondas de un horizonte infinito; la Alameda estaba poblada de paseantes y habia por do quiera una encantadora animacion. El escenario parecia una gran canasta de flores flotando entre los remolinos de un torrente.

Cada uno lleva lo que ha comprado: un cacho de bananas, un conejo, un salmón, una canasta de frutas, un cuadro o un baño de asiento. El beg your pardon es menos común aun que en Inglaterra. No piden ni dan cuartel; os pisan y empujan con la misma calma que sufren la recíproca.

Y descubriendo la canasta, se manifestó una bota a modo de cuero, con hasta dos arrobas de vino, y un corcho que podría caber sosegadamente y sin apremio hasta una azumbre; y llenándole la Escalanta, se le puso en las manos a la devotísima vieja, la cual, tomándole con ambas manos, y habiéndole soplado un poco de espuma, dijo: Mucho echaste, hija Escalanta; pero Dios dará fuerzas para todo.

¿Mate?... Creo que mis compañeros quieren algo más sólido... ¿qué tal, Lorenzo?... Venimos a tus órdenes. ¡Eso quiere decir que hay apetito!... ¿No te decía yo?... y agregó, alzando la voz: ¡Baldomero! ¡A la orden, don Melchor! ...aquí hay gente curiosa por ver lo que ha traído en la canasta.

El primer parisiense que tuvo el honor y el placer de rendir homenaje a la belleza de madama Scott y miss Percival, fue un pequeño pinche de quince años que se encontraba allí, vestido de blanco, con su canasta de mimbres en la cabeza, en momentos en que el cochero de madama Scott, molestado por tanto carruaje, salía con dificultad del patio de la estación.

¡Si cuando este muchacho me dijo que venía el breque... ¡qué le iba a creer!... Siempre saben llegar al mediodía. Realmente, Ramona: hemos venido como chasque. ¡Como chasque! Don Melchor... ¿y la familia quedó buena? Todos buenos, gracias. Pero siéntense, señores, que están parados... y entrá esa canasta, muchacho... Anastasio no ha de tardar... ¿le cebo un mate, don Melchor?...

Todos le volvieron las gracias; tornáronse a abrazar la Escalanta con Maniferro y la Gananciosa con Chiquiznaque, concertando que aquella noche se viesen en la de la Pipota, donde también dijo que iría Monipodio, al registro de la canasta de colar.

Vieron así llorar a Cristela de día y de noche... Eran tan buenas como curiosas esas cigüeñas. Compadeciéndose de la princesa, resolvieron hacerle un regalo para que se distrajese. Y, ya que era casada, trajéronle de París un hijito, en una canasta de mimbre. Al recibirlo, Cristela olvidó su pena dando un grito de alegría.

Porque little Georgy se había resistido con una tenacidad británica, increíble en sus dos años de edad, a aceptar todos los medios nacionales de transporte que se le había indicado, tales como los brazos de un indio a pie, una canasta sobre una mula, a la que haría contrapeso una piedra del otro costado, un catre llevado a hombros y sobre el cual lo acompañaría su bonne, los brazos del maitre d'hôtel... nada, little Georgy quería ir con su padre, y con su padre fue casi todo el camino, sin que éste, bueno, bondadoso, tuviera una palabra agria contra el niño.

Y mientras vuesa merced recibe a esos perros, yo pondré a guisar estos dones de nuestra redonda madre replicó Pablillos; y se retiró por la galería columpiando la canasta encima de su cabeza. Era hijo de una partera de Cádiz y de un famoso farsante zamorano; Ramiro le había tomado a su servicio en Salamanca.