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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Su visita inoportuna no fue notada más que por dos o tres canarios, que movieron las alas estremeciéndose y ocultaron la cabeza entre la pluma. Siguió adelante. Las tórtolas también dormían; allí hubo ciertos murmullos de desaprobación, y don Víctor se alejó por no ser indiscreto.

Unas jaulas de bronce pendientes del techo empezaban a balancearse, y dentro de ellas saltaban los canarios, sin dejar de cantar, buscando en el vaivén de su prisión un punto inmóvil. Las cortinillas de las ventanas, sujetas por sus abrazaderas, agitábanse bajo un soplo invisible. El suelo de mosaico, liso, unido, inerte a la vista, parecía ondular como si por debajo de él mugiese un huracán.

Doña Inés, que así se llamaba la hija de don Paco, venerada esposa de don Alvaro Roldan, tenía también muchos costosos caprichos de varios géneros. Se vestía con lujo y elegancia no comunes en los lugares; sustentaba canarios, loros y cotorras; era golosísima y delicada de paladar, y los mejores platos de carne y los almírabes más apetitosos se comían en su mesa.

Las paredes de la sala donde estaba la Cena se tapizaban de damasco carmesí; sobre el damasco se colgaban lindas y antiguas cornucopias con muchas velas de cera ardiendo, y también en la sala había verdes plantas, y canarios en jaulas, y una enorme cruz negra de madera, con adornos y remates de plata fina, asida a la pared por fuertes alcayatas.

Los canarios, jilgueros y tordos de su pajarera, que hacían demasiado ruido, fueron encerrados bajo llave, para que no llegasen sus cánticos profanos al tocador-oratorio de la Regenta. Se acostumbró don Víctor de tal modo a hablar en voz baja, que hasta en la huerta, paseándose con Frígilis, eran sus palabras un rumorcillo leve.

Cuando me despierto oigo en la calle, a través de las maderas cerradas, voces, ruido continuo de sonoros pasos, campanadas, trinos de canarios, ladridos de perros. Me levanto; por los cristales veo, enfrente, una ringla de casas bajas enjalbegadas, con las ventanas diminutas, con unos soportales vetustos formados por pilastras de piedra.

Pero los indios de México jugaban al palo tan bien como el inglés más rubio, o el canario de más espaldas; y no era sólo el defenderse con él lo que sabían, sino jugar con el palo a equilibrios, como los que hacen ahora los japoneses y los moros kabilas. Y ya van cinco pueblos que han hecho lo mismo que los indios: los de Nueva Zelandia, los ingleses, los canarios, los japoneses y los moros.

La noticia de horribles asesinatos perpetrados en Quito en las personas de varios decididos patriotas, produjo grande indignacion en el pueblo caraqueño, quien, cercando el palacio de la Junta, pedia la expulsion de los españoles y canarios; pero la Junta, decretando se hiciesen honores fúnebres á los desgraciados americanos, logró apaciguar el tumulto; y para evitar la reproduccion de semejantes escándalos y trastornos, la noche de aquel mismo dia, que era el 24 de Octubre, apresó y expulsó á los que suponia promovedores de disturbios.

No tiene, en verdad, ninguna planta rara ni ninguna flor exótica; pero sus plantas y sus flores, de lo más común que hay por aquí, están cuidadas con extraordinario mimo. Varios canarios en jaulas doradas animan con sus trinos toda la casa.

La mirada de Angué sigue inmóvil. ¿En qué pensará? ¿Abrigará temores? No. El sol alumbra en el horizonte sin nubes, los canarios de China cantan sus amores, las bomgas y las palmas baten sus hojas ante la fresca brisa del mar. Con cantos, flores y luz no puede haber temores. El Asuang y todos los malos espíritus, ya sabe la dalaga que buscan las sombras.

Palabra del Dia

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