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Actualizado: 3 de junio de 2025


Allí coge una media que está haciendo y se pone a trabajar. Suenan campanadas lejanas; la vieja vuelve a suspirar. ¿Por qué suspira? Hace diez años que vive así; no se sabe para qué vive. Ella no hace más que pensar en que se ha de morir; lo piensa todos los días y en todos los momentos desde hace diez años, que fue cuando «faltó» su marido.

El morisco cruzó los brazos, y Aixa recostose como una hija sobre su pecho. En ese instante una metálica vibración llegó de la ciudad. Luego la campana de Santiago resonó a corta distancia. Otras, más lejanas, respondieron. La catedral dejaba caer sus campanadas bajas y solemnes, y, en seguida, todas las iglesias a la vez, en alucinador concierto, tocaban las oraciones.

Muchas veces, desde aquel sitio de la muralla, oíamos las lentas campanadas del Ángelus. Al anochecer tomaba la diligencia en una plazoleta próxima y me marchaba a San Fernando con el espíritu angustiado y lleno de una extraña amargura. Algunas veces he oído referirse a una poesía de un poeta alemán, creo que de Enrique Heine, en donde un pino del Norte suspira por ser una palmera del trópico.

Emprendieron su camino presurosos por la calle de Mesón de Paredes, hablando poco. Benina, más sofocada por la ansiedad que por la viveza del paso, echaba lumbre de su rostro, y cada vez que oía campanadas de relojes hacía una mueca de desesperación. El viento frío del Norte les empujaba por la calle abajo, hinchando sus ropas como velas de un barco.

Soliamos tener discusiones interminables por las cosas más tontas; por ejemplo: cuál de nuestros pueblos era mejor, y llegábamos hasta contar las casas que había en cada uno. Un reloj inglés que teníamos en la cámara nos acompañaba en nuestro encierro, dando las horas con campanadas muy agudas. Gracias a que holandeses y portugueses se odiaban, podíamos dominarlos nosotros.

Al sonar las campanadas de las doce, Labarta, que no admitía informalidades en asuntos de mesa, se impacientaba, cortando el relato de sus viajes y triunfos. ¡Doña Pepa! Aquí tenemos al convidado. Doña Pepa era el ama de llaves, la compañera del grande hombre, que llevaba quince años atada al carro de su gloria.

Al poco rato el niño se ha dormido. La madre ha cubierto a medias con la colcha su carita rosada, te ha llamado para que le contemples y admires. La casa entera parece desligarse del mundo y sumergirse en una gran quietud. Te dejas invadir con cierta amarga voluptuosidad por el romanticismo de la escena, en esta penumbra prohibida. El reloj da las doce, sus campanadas suenan como atónitas.

A la banda de babor tenemos las costas de Naig; á estribor las agrestes sierras de Bataan, y á proa la isla del Corregidor. Once campanadas resonaron en la cámara, y tres golpes fueron picados en la campana del castillo de proa. El almuerzo estaba servido. La presentación oficial á bordo se hace siempre en la primera comida.

Por último, lanzó dos campanadas firmes y solemnes que vibraron largo tiempo por los espacios tenebrosos del palacio. Después todo quedó otra vez en silencio. Trascurrieron algunos instantes. Una de las puertas del salón, la que daba á las habitaciones de la condesa de Trevia, empezó á abrirse suavemente, y apareció en ella una figura blanca.

De cuando en cuando oigo a lo lejos el sordo rumor de un coche; suenan las campanadas lentas del reloj de la Puerta del Sol; una voz turba de pronto el sosiego profundo. »Y yo me siento ante la mesa y arreglo las cuartillas. Pero no se me ocurre nada. Aquella espontaneidad que yo sentía afluir en ya no la siento.

Palabra del Dia

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