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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Las paredes de las casas, las tapias de los corrales, no proyectaban la menor sombra; el reloj de la torre acababa de dar doce campanadas. En la primera casa, a la sombra de un cobertizo, se hallaba una mujer lavando; cerca de ella y sobre una zalea se veía un niño que tendría dos años de edad. El niño jugaba con sus rotos zapatos que había logrado quitarse de los pies.

Había en él cierta desenvoltura profana que delataba al artista sepultado en los hábitos sacerdotales, ansioso por volar fuera de ellos, abandonándolos a sus pies como una mortaja. Llegaron a la habitación, como truenos lejanos, algunas campanadas graves que conmovieron el claustro. Tío, que llaman a coro dijo el Tato . Ya debíamos estar en la-catedral. Son casi las ocho.

La esquila que en el sombrío torreón produce los sonidos de la oración vespertina, vibra en el mundo del sentimiento con una forma extraña; tiene un no qué indefinido, misterioso, incalificable. Las campanadas que siguen al crepúsculo son el sublime canto funeral que el cristianismo creó á la muerte del día.

Pero en el asunto de que se trata debo demasiado á ese joven para no ayudarle... Aunque creo necesite poca ayuda, creo que él es bastante para hacerse amar de ti. Lo veremos dijo sonriendo tristemente doña Clara. Lo veremos. ¿Pero qué hora es ésta? Las doce dijo doña Clara contando las campanadas de un magnífico reloj de pared.

El Gobernador de Marianas tiene, es decir, es de presumir tenga reloj, pues si no lo tuviera no hay caso, en la época que estuvimos allí lo había porque lo tenía: dicho reloj daba sus campanadas regulares, llegando difícilmente al oído de un centinela que perennemente está bajo el bronce de la esquila, para que otro minutero viviente, que incesantemente escucha desde la Atalaya, diga al pueblo de Agaña en el bronce de una campana, mayor que la que le da el aviso.

Ya era libre y señor; su madre había abandonado el mundo, dos meses antes, entrando al convento de San José, y acababan de enviarla, en compañía de otras novicias, a una casa de la Orden, en la ciudad de Córdoba. Sentose ante la mesa. El esquilón de la Catedral golpeó tres campanadas tranquilas. Las tres se dijo, y el paje no llega con la merienda.

Aquellas campanadas fijaron en la cabeza aturdida de Quintanar la triste realidad.... «Le habían adelantado el reloj. ¿Quién? Petra, sin duda Petra. Había sido una venganza. ¡Oh! una venganza bien cumplida. Ahora le parecía absurdo haber tomado la poca luz del alba por día nublado.

El equipaje alternaba las guardias de cuatro en cuatro horas, dividiéndose en guardias de babor y estribor, y Tommy, el grumete, avisaba con campanadas cuando se tenían que renovar los de un lado y los de otro. El capitán no debía de tener mucha confianza en aquella gente, porque había tomado grandes precauciones.

No habían sonado aún las doce campanadas de mediodía cuando Vargas Orozco mandó en busca de su discípulo. Sentáronse en un escaño de la sala capitular. Ramiro escuchó a su maestro con la sumisión acostumbrada. Vivaz, enérgica, perentoria fue la consigna.

Y entonces se recoge en su asiento, toda arrugadita, toda temblorosa, y llora como una niña. Cuando se ha hecho de noche, la vieja se ha levantado y ha encendido la capuchina. Sonaban, unas largas, otras breves, las campanadas del Angelus, y ella ha rezado sus habituales oraciones a la Virgen. Después de estos rezos, ella tiene por costumbre hacer la cena; pero esta noche no la ha hecho.

Palabra del Dia

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