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Miré á todos lados, no habia nadie ¡qué felicidad! Hay ciertos instantes en que los hombres me inspiran miedo; ciertos instantes en que el silencio es mi más dulce compañía. Caminando despues al acaso, encontré una pequeña columna. La piedra es historia tambien, y me vino en deseo conocer la historia de aquella piedra. Héla aquí tal como ha llegado á mis oídos.

Eso es lo que no podemos saber; pero me parece que el babirussa huyó hacia el Sur. Caminando, pues, hacia el Norte, nos cruzaremos, más o menos lejos, con el Capitán. ¿Y si está buscándonos y se ha dirigido al Oeste? En tal caso trataremos de llegar a la orilla del Durga. Sabemos que se dirige allí, y tendremos que encontrarle.

De esta manera llegan hasta los pies de la Virgen y allí se despiden cantando largo rato. Luego, caminando hacia atrás, sin volver la espalda, doblando las rodillas cada pocos pasos y alzándose después, salen de la iglesia sin dejar de cantar y de sonar los panderos. Fuera se diseminan. Todas llevan colgado al cuello el santo escapulario tocado á la Virgen.

De este rio al Saladillo hay doce leguas, caminando al sud-oeste. El pais intermedio es bajo y llano como lo demas, y en algunas partes tiene abundancia de pastos, especialmente en las orillas del Saladillo.

O muy temerario era o muy poca vergüenza debía de tener éste cuando saltó a la calle en pos de ella y comenzó a seguirla por la del Caballero de Gracia, caminando por la acera contraria para mejor disfrutar de la figura que tanto le apasionaba. La dama seguía lentamente su marcha haciendo volver la cabeza a cuantos hombres cruzaban a su lado.

Usted dirá. Que venga V. conmigo a beber una botella de cerveza al Suizo. No me gusta la cerveza. Quien dice cerveza, dice cognac, marrasquino, chartreusse..., en fin, lo que V. guste. No tengo inconveniente en ello: lo que sentiré es que, por mi causa, pierda V. alguna otra clase. No señor, ya las he perdido todas. Pues vamos allá. Y se emparejaron caminando en dirección al café Suizo.

Habiendo de la guerra descendido, Poblar á Buenos Aires fuè acordado: De la Asumpcion Garay hubo salido, De todos adherentes aprestado; Con él muchos soldados han venido, Y habiendo en Santa-Fé desembarcado, Allì estuvieron dias esperando, Los caballos, que vienen caminando.

Oirla nuestro periodista y dejarse caer al suelo en cuatro patas, fué todo uno. De esta suerte fué caminando sigilosamente hasta que alcanzó de nuevo la puerta, y se salió a toda velocidad. Cuando supuso que estaba ya muy lejos, uno de los parroquianos gritó: Alvaro, ¿sabes quién acaba de estar aquí? ¿Quién? Sinforoso: ahora mismo se ha ido.

Una vez, sin embargo, logré que se fijase. Quisiera morirme pronto le dije repentinamente. ¿Y por qué? repuso volviendo el rostro con sorpresa. Porque llevo dentro de un demonio que me atormenta sin cesar. ¿Qué demonio es ése? Una pasión imposible. Siguió caminando en silencio unos momentos y se puso grave. Hasta entonces había estado risueña y habladora.

El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha ajena, hicieron detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?... Podían volver la cabeza y verle. Se avergonzó al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía existir alguien en lo alto que castigase estas cosas. Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo del paseo para bajar al puerto de La Condamine.