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Actualizado: 29 de junio de 2025
El caminaba seguro hacia su fin: la paciencia, la constancia, la reflexión madura, la astuta discreción le guiaba; era hombre hábil y con facultad portentosa para idear y poner en práctica proyectos como el que le vemos desarrollar ahora. Bien contestó el Doctrino: yo convengo en que es preciso hacer eso que usted dice, y ver el modo de que el pueblo bajo satisfaga su sangriento deseo.
No pensemos en ella hasta la noche. Y nos separamos. Caminaba con soltura haciendo crujir su calzado finísimo, buscando con cuidado los sitios más secos del suelo para no ensuciarse de barro y balanceando su paquete de libros al extremo de una estrecha correa con hebillas como una brida inglesa.
Gabriel caminaba agarrado a una traviesa del carro, con la vista fija en los timoneles, sintiendo en sus piernas el roce dé los que empujaban aquel artefacto semejante a los carros de los ídolos indostánicos. Al salir de la catedral por la puerta Llana la única del templo que está al nivel de la calle , Gabriel pudo abarcar con su vista toda la procesión.
Jaime se unió a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra en mano a un pajarraco cuyos graznidos habían llamado su atención.
Luego, con la frase entrecortada por el llanto: Ya no eres, no, el hijo aquel de mis entrañas que caminaba tan radioso por el camino de la humildad y la penitencia, y que ofreció desde niño su vida al Señor, ¡aquel mi Ramiro!... ¡aquel mi mancebillo santo! Con estas palabras ocultó de nuevo el rostro entre las manos, sin levantarse.
No tenía miedo, como el poeta, a encontrarse con su dolor a solas, y caminaba por aquel lugar poco frecuentado, saboreando con gozo cruel el hondo pesar que, de vez en cuando, estallaba en ruidosos suspiros. Sentía en torno de su persona la imagen invisible de un padre que no había conocido. El recuerdo del pobre Melchor Peña le inspiraba cierta conmiseración. Aquél también había vivido engañado.
Que muriesen otros era natural: ¡pero Julio!... Mientras caminaba, alejándose de él, la esperanza parecía cantar en su oído. Y como un eco de sus gratas afirmaciones, el padre repitió mentalmente: No hay quien le mate. Me lo anuncia el corazón, que nunca me engaña... ¡No hay quien le mate! No hay quien le mate Cuatro meses después, la confianza de don Marcelo sufrió un rudo golpe.
La noche era espléndida y bastante templada; llevaba abierto el gabán y caminaba lentamente gozando con voluptuosidad de la temperatura, del cigarro y de la seguridad de ver pronto a mi familia. Al pasar por delante de la casa de la niña me detuve y la contemplé un instante casi con indiferencia.
El matrimonio se dirigia hácia la parte del Luxemburgo, mientras que el jóven caminaba hacia las Tullerías; pero tanto el hombre como la mujer, la mujer particularmente, volvian la cara con frecuencia para mirar al jóven; el jóven la volvia tambien, y en el movimiento tardío y embarazoso de los tres, no era cosa difícil adivinar que aquellas buenas gentes se separaban con dolor.
Así que todos manducaron a su sabor, echaron las sobras revueltas en un plato, como para un perro, y se las dieron al paisanillo, que se acostó ahíto, roncando formidablemente hasta el otro día. Amparo madrugó para asistir a la Fábrica. Caminaba a buen paso, ligera y contenta como el que va a tomar posesión del solar paterno.
Palabra del Dia
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