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Actualizado: 28 de julio de 2025


El jefe de la familia, don Rosendo, es un caballero alto, enjuto, doblado por el espinazo, calvo por la coronilla, de ojos pequeños y hundidos, boca grande, que se contraía con sonrisa mefistofélica, dejando ver dos filas de dientes largos e iguales, la obra más acabada de cierto dentista establecido hacía pocos meses en Sarrió.

Como poeta y como enamorado, es ya conocido ; como político y como guerrero, harto le dan á conocer sus conquistas y las paces ajustadas con Teófilo y Cárlos el Calvo; como administrador, basta decir que utilizó sus victorias en proporcionar á su pueblo paz, ilustracion, riquezas y goces . Dice Ibnu Said que antes de su reinado el producto de los impuestos no habia jamás escedido de seiscientos mil dinares, y durante él llegó á producir mas de un millon.

Esto me da pena, porque tengo mucho amor propio, y lo siento además por mi padre. También él, se lo aseguro a usted, es demasiado joven para . Físicamente tiene el aspecto bastante aviejado; es grueso, algo cargado de espalda, muy calvo y tiene un cerquillo de cabello blanco que le hace parecer un fraile, mucho más, con una especie de solideo redondo que usa por casa y que completa el parecido.

No hay necesidad de indicar, por lo tanto, que su pasión casamentera les costó no pocos disgustos. Cuando algún lechuguino sentía brotar en su pecho la llama del amor, lo primero que hacía era mostrársela a las de Meré. Carmelita, estoy enamorado. ¿De quién, corazón, de quién? preguntaba la anciana con vivo interés. De Rosario Calvo. ¡Ajá! Buen gusto ha tenido el picarón.

El hombre calvo sofocóse; y agitando nerviosamente en su gruesa mano un sobre repleto, con un sello de lacre, negro, prosiguió: Vuestra excelencia debe de estar prevenido. Nosotros no lo estábamos... El azoramiento es natural... Lo que esperamos es que nos conserve su confianza. Vuestra excelencia es en esta tierra una flor de virtud, espejo de bondad.

Estaban los muebles en desorden y empolvados, las sábanas del lecho amarillentas y mal zurcidas, y sobre la colcha rameada, tumbado como un despojo, el Niño Jesús, calvo y tuerto, lleno de heridas y con la túnica desgarrada. La propia Carmencita completaba aquel cuadro de punzadora tristeza.

Mañana avisaremos al médico a ver si te da algún remedio. No, señora, no se apresuró a contestar Estefanía . Esto no es nada. Ya pasará. Algunos minutos después bajaba la dama al salón, deslumbrante de belleza. Estaba ya en él Osorio paseando con su amigo y comensal, casi cotidiano, Bonifacio. Era un señor grave y rígido, de unos sesenta años de edad, calvo, de rostro amarillo y dientes negros.

A los pocos segundos entra en el despacho directorial el profesor literario: es un hombrón rubiazo, miope, rasurado, inverosímilmente flaco y ya un poco calvo; no sabe dónde poner las manos ni los pies; flota como una deuda en una chaqueta lamentable; diríase que fué criado en un telescopio. Parece aburrido más de cuanto pudiera expresarse.

Por el oficial supo el Conde asimismo que don Braulio no hacía más que un mes que estaba en Madrid; que disfrutaba un sueldo de 3.000 pesetas, menos el descuento; que tenía fama de excelente empleado; que la iba justificando con trabajos que el mismo Ministro le encomendaba; que era un hombre de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad, aunque parecía más viejo, porque estaba bastante calvo y muy achacoso; que sólo llevaba tres años de matrimonio; que no tenía hijos; que su mujer, doña Beatriz, y la hermana de su mujer, llamada Inesita, eran de un lugar de la provincia de Córdoba, donde él había estado de Administrador de Rentas; que poco después de la boda le habían trasladado a Sevilla con ascenso; que en Sevilla él y su familia habían vivido muy apartados del trato de las gentes; que ahora vivían en la calle del Olivo, en el piso tercero de una casa cuyo número también le dió, y que eran todos tan hurones, que apenas se trataban en Madrid con alma viviente.

Viejo, calvo y horriblemente descarnado, el tercer jinete saltaba sobre el cortante dorso del caballo negro. Sus piernas disecadas oprimían los flancos de la magra bestia. Con una mano enjuta mostraba la balanza, símbolo del alimento escaso, que iba á alcanzar el valor del oro. Las rodillas del cuarto jinete, agudas como espuelas, picaban los costados del caballo pálido.

Palabra del Dia

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