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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Pues bien dijo el rey soslayándose en el sillón y buscando en uno de los bolsillos de sus calzas , cuando el padre Aliaga salió, me encontré sobre mi mesa esta carta cerrada, puesta á la vista y que, como veis, dice en su sobrescrito: «A su majestad el rey de España». La duquesa miró el sobrescrito y continuó callando.

El no responderme V. Ex.^a a lo de Mos de Bullon, sobre q. escriuí a Mos de Maridat, me es respuesta, porq. entiendo q. callando me otorga V. Ex.^a su fauor, y obrando me responde. De V. Ex.^a sieruo. Ant. Perez. Sr., escríuenme de Ruan, q. el Adelantado de Castilla murió súbitamente en el puerto de Sta. María. Poco tiempo para cuentos largos. Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 61. Colec.

Y lo que á usted le ponía furioso era que yo le guardase las cosas á ella y no se las diera á usted, ¡un rayo! Como si tuviera yo obligación de llenarle á usted el buche, perro, más que perro.... Y dígame ahora, ¿me ha dado alguna vez el valor de un real? Ella me daba lo que podía, á la chita callando; pero usted, el muy capigorrón, ¿qué me ha dado?

-Jamás la dije -dijo a esta sazón la que hasta allí había estado callando-; antes, por ser tan verdadera y tan sin trazas mentirosas, me veo ahora en tanta desventura; y desto vos mesmo quiero que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso.

Hablaba en todas partes de su famoso triunfo; mostraba como un trofeo al Indio converso, exagerando inocentemente las horripilantes hazañas de sus época de impiedad; pero después de esta exhibición, al quedar solos los dos, el catecúmeno insaciable prorrumpía en lamentaciones sobre su miseria, no callando hasta convencerse de que en los bolsillos del «santo» sólo quedaban algunas oraciones impresas y migas de pan.

A Mariquita le acometió la pataleta, la gente echó a correr, hubo cierre de puertas, y a palacio llegó la noticia de que unos corsarios se habían venido a la chita callando por la boca del río y tomado la ciudad por la sorpresa.

Y pues ya llega la noche, y destas alabanzas no puedo salir menos que callando para encarecellas, dejemos para mañana lo demás; bajándose del terrado a tratar que se aderezase la cena, y a salir un poco por la ciudad a su insigne Alameda, que hizo y adornó con las dos colunas de Hércules el Conde de Barajas , asistente de Sevilla, y después, de Castilla dignísimo presidente.

Todo aquel llanto era el disimulo de tantísimos días, sospechar callando, sentirse herida y no poder decir ni siquera ¡ay! «Esto es horrible, esto es espantoso; no hay mujer más desgraciada que yo... Y lo que es ahora, te aborreceré de veras, porque yo no puedo querer a quien no me quiere. Te quería más que a mi vida. ¡Qué tonta he sido!

Estaban tan hechas a ser tratadas de aquel modo y habían domado fieras tan espantables, que ya las injurias no les hacían efecto. «Vamos dijo la Superiora frunciendo el ceño ; callando, y baje usted al patio».

En la conciencia de todas las señoras presentes brotó al mismo tiempo la idea de que aquella era la llamada a ser la presidenta, porque a todas se imponía la marquesa por diversos conceptos: las sensatas y honradas admiraban en ella el tipo de la gran señora de virtud y de prestigio, digna y afable, que, firme en sus convicciones en medio de una sociedad frívola y corrompida, imponía sobre todos, callando siempre, la poderosa crítica del buen ejemplo.

Palabra del Dia

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