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Actualizado: 14 de junio de 2025
Pepe, Leocadia y la madre callaban, sintiendo que se hablara de aquello, porque don José en tales casos acababa poniéndose de un humor de todos los diablos; pero Millán, que desde tiempo atrás tenía deseos de saber la historia del caso, fue poco a poco obligando al viejo a que la contara. Ese don Tadeo estaría entregado a gente de iglesia...
»Los doctos consejeros estuvieron callados un momento, mientras la frente del doctor se iluminaba con un rayo de esperanza. ¡Pobre padre! Quizás se vanagloriaba de haberse engañado, y creía que sus sabios colegas, ilustrados por sus preciosos análisis, antes de hablar callaban y se recogían para proponer al fin algún remedio capaz de salvar a su hija.
Callaban ó prorrumpían en adulaciones al ungido de Dios, músico y comediante como Nerón, de una inteligencia viva y superficial, que, por tocarlo todo, creía saberlo todo. Ansioso de alcanzar una postura escénica en la Historia, había acabado por afligir al mundo con la más grande de las calamidades. ¿Por qué ha de ser rusa la tiranía que pesa sobre mi país?
Los dos estaban muy tristes; se comunicaban mirándose su tristeza, y callaban. Tal vez pensaban en planes para lo futuro; quizás ella estaba inquieta por la situación difícil en que uno y otro se encontraban. Entonces entró Pascuala y dijo: ¡Qué miedo! Desde el anochecer están paseándose por delante de la puerta unos hombres. Esta tarde vinieron también. ¡Qué fachas!
Los indios supersticiosos, en cambio, creían que Simoun era el diablo que no quería separarse de su presa. Los pesimistas hacían un guiño malicioso y decían: Talado el campo, se va á otra parte la langosta. Solo algunos, muy pocos, sonreían y callaban. A la tarde, Simoun había dado orden á su criado para que si se presentaba un joven que se llamaba Basilio, le hiciese entrar en seguida.
Venus no surgía ya del seno de las ondas salobres, ni las Nereidas, abandonando sus alcázares submarinos, venían a consolar a Aquiles por la muerte del amigo, ni aparecían en limpia y hermosa desnudez ante los ojos mortales de Jasón y de sus compañeros que iban a conquistar el Vellocino. Los oráculos callaban; cesaban los milagros.
Su presencia era casi instantánea y se ensanchaba como una gota de agua en un papel secante, cubriendo las riberas con su dilatación, extendiendo sus irradiaciones lo mismo que si las casas corriesen, queriendo ocupar cuanto antes los terrenos vecinos. Los emigrantes callaban, con los ojos dilatados por la curiosidad.
Las marismas reunidas sobre la cubierta a proa callaban y mis compañeros, excepto Julia, dormitaban sobre las tablas caldeadas, al abrigo de la vela extendida a popa formando carpa. Nadie se movía a bordo. La mar estaba quieta como una masa de plomo a medio fundir. El cielo límpido y descolorido por el resplandor del sol de mediodía reflejaba sobre el agua como en un espejo empañado.
Callaban, hasta que un monosílabo aquí, un gesto allá, volvían á estimular de nuevo la conversación.
Al acordarse de su mujer experimentó aquella ausencia de las piernas, sensación insoportable que nunca faltaba en los grandes apuros. Callaban los dos. El notario comprendió que allí había gato encerrado; «algún misterio de familia», pensaba él.
Palabra del Dia
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