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Actualizado: 14 de julio de 2025


Habían llegado al portal del caserón de los Ozores, y se detuvieron. El farol dorado que pendía del techo alumbraba apenas el ancho zaguán. Estaban casi a obscuras. Hacía algunos minutos que callaban. ¿Y Petra? ¿Y Paco? preguntó la Regenta alarmada. Ahí vienen, ahora dan vuelta a la esquina. Anita sentía seca la boca; para hablar necesitaba humedecer con la lengua los labios.

Y cuando callaban un momento, volvía a sonar la voz de la vieja, desesperada, estridente, como la de un sacerdote del dolor. ¡Se va la paloma blanca; la gitana durse; el capullito de rosa antes de abrir!... ¡Señó Dios! ¿en qué piensas, que sólo ajogas a los buenos?...

Quedaban a obscuras las casas, confundiendo su blancura con la lóbrega masa de los árboles; callaban las gentes, agrupándose invisibles tras las verjas, empalizadas y alambrados, con el silencio del que aguarda algo extraordinario. En los paseos inmediatos al río extinguíanse uno a uno los faroles de gas conforme avanzaba el pastor dando gritos anunciadores del encierro.

Todo era allí ausencia de honestidad; los muebles sin orden, en posturas inusitadas, parecían amotinados, amenazando contar a los sordos lo que sabían y callaban tantos años hacía. El sofá de ancho asiento amarillo, más prudente y con más experiencia que todo, callaba, conservando su puesto. Una ráfaga de viento apagó la última luz que alumbraba el cuadro solitario.

Callaban porque en aquella vía, invadida por la moderna industria, eran menos las gentes del campo. ¡Ay, si aquello hubiese sido en la línea de Durango, por donde descendían los rebaños de la fe para la fiesta de la tarde, en masas cerradas, con sus curas y estandartes á la cabeza!... Al bajar del tren el doctor Aresti, oyó que alguien le llamaba.

Muchos jóvenes de las mejores familias, que al principio habían cortado sayos a Emma, a Bonis y Marta, ahora callaban y hasta llegaban a defender a los de Reyes y a sus amigos, porque algunas sonrisas de la Gorgheggi, insinuaciones provocativas, aunque espirituales de Marta, y, especialmente, invitaciones para saraos y banquetes de Emma, los habían convertido.

¡Le tiene asco al toro! ¡Le ha tomado miedo!... Y hasta los más fervorosos partidarios de Gallardo callaban avergonzados, no pudiendo explicarse este suceso nunca visto. La gente parecía gozarse en su terror, con la valentía intransigente del que se halla en lugar seguro.

A pesar de la amenidad de tales conversaciones, el grupo de venerables ancianos, con los que sólo había un joven y éste calvo, prefería al más grato palique el silencio; y a él se consagraba principalmente aquella especie de siesta que dormían despiertos. Casi siempre callaban.

Al trabajador de nada le sirve la limosna de un aumento en el jornal: ya sabes que en esto no nos entenderemos nunca. Lo que necesita es justicia, ocupar el sitio que le corresponde, ser dueño de lo que produce. Las palabras de los dos hombres resonaban en el silencio del comedor. Todos callaban, no osando interrumpirles.

Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversación surgía el nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos desde el inmediato palacio. Gabriel, oyendo a sus compañeros del claustro alto, recordaba el juicio funeral de los egipcios.

Palabra del Dia

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