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Actualizado: 3 de julio de 2025


El sol daba en los grandes olmos de follaje espeso de la Ciudadela y los enrojecía y los coloreaba con un tono de cobre. Bajando desde lo alto, por senderos de cabras, se llegaba a un camino que corría junto a las aguas claras del Ibaya.

Y allá, en el paso del Rothstein un verdadero caminillo de cabras por el que no se pasa una vez cada diez años. ¿No ves brillar una bayoneta detrás de las rocas? Y aquí este otro, que yo he recorrido durante ocho años con mis sacos sin encontrarme a un gendarme, también lo tienen defendido: es preciso que el Diablo ande mezclado en esto y que los haya conducido a los desfiladeros.

The Switzerland of Spain le preguntó a su hostelera si era cierto lo que se decía de los cerdos santiagueses como animales de sociedad. No son únicamente los cerdos contestó la interpelada . Desde su ventana puede usted ver dos cabras en el piso de enfrente. Sus dueños las tratan como personas de la familia...

16 Y se apartó del camino hacia ella, y le dijo: Ea, pues, ahora entraré a ti; porque no sabía que era su nuera; y ella dijo: ¿Qué me has de dar, si entrares a ? 17 El respondió: Yo te enviaré de las ovejas un cabrito de las cabras. Y ella dijo: Hazme de dar prenda hasta que lo envíes. 18 Entonces él dijo: ¿Qué prenda te daré? Y él se los dio, y entró a ella, la cual concibió de él.

Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le había contado su escudero, cuando no acertó el número de las cabras que habían pasado el río y se quedó la historia pendiente.

Al amanecer del diez y ocho nos encontrábamos muy cerca de los peligrosos arrecifes que rodean la pequeña isla de las Cabras, la que separa á la de Guajan un estrecho canal de fondo madrepórico. La vegetación de la isla se presentaba con toda la potente exuberancia de vida de los trópicos.

La travesía entre esta y el barco se hace en botes balleneros, únicos que por su escaso calado pueden utilizarse en el canal que forma Guajan y la isla de las Cabras, el cual es sumamente pintoresco.

Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas, por cima de la montaña, pareció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban.

-Todo puede ser -respondió Sancho-, mas yo que en lo de mi cuento no hay más que decir: que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras. -Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote-, y veamos si se puede mover Rocinante. Tornóle a poner las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado.

Sin abandonar su asiento, los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas, cuchicheaban sordamente algunos segundos, y el más viejo, con voz reposada y solemne, pronunciaba la sentencia, marcando las multas en libras y sueldos, como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese á pasar por el centro de la plaza el majestuoso Justicia, gobernador popular de la Valencia antigua, con su gramalla roja y su escolta de ballesteros de la Pluma.

Palabra del Dia

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