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Su admiración se escapaba en roncos barboteos. ¡Oh, sonrisa del anochecer!... ¡Alegría de la sombra!... ¡Señorita blanca! El comisario de Policía miró duramente á la mujer de pelo blanco que se había sentado ante su escritorio sin que él la invitase. Luego bajó la cabeza para leer el papel que le presentaba un agente puesto de pie al lado de su sillón.

Y para dar más fuerza a sus ruegos se abrazaba a Rafael, acariciaba su cabeza caída y pensativa, dentro de la cual se agitaban tempestuosas las ideas, removiendo profundamente su voluntad.

Lo mismo sucede en las discusiones de mujeres; hasta entonces nos habíamos esforzado por calmar a las señoras, pero esto no servía sino para enfurecerlas más; nos vimos arrastrados en la cuestión; el caballero de al lado me trató de idiota, y yo le califiqué de «rastacuero»; revolotearon los epítetos; con ademán simultáneo nos tiramos los platos a la cabeza; yo le obsequié con un cangrejo a la americana; él me envió mollejas de ternera; nos separaron; cambiamos las tarjetas, y luego nos plantaron a los cinco en la calle.

Y es mucho de notar para la confusion de estos y de los demás judíos, que habiendo un religioso francisco antes de entrarle la cabeza en la argolla propuesto algunas razones eficaces para que conociese á Jesucristo Ntro. Sr. y saliese de su error, le respondió estas palabras: Reniego de Dios, que primero me llevará el diablo, que confiese á Jesucristo

Al acabar la última página advertí que aquella lectura había sido inútil. Mi cabeza no estaba para novelas. Temprano, antes de que se despertaran mis tías, salía yo al patio.

Maltrana había admirado muchas veces a su amigo cuando le mostraba el cuerpo con el impudor de un bravo: dos postas en la cabeza, incrustadas en los huesos del cráneo; un balazo en un hombro y otro en una pierna, proyectiles redondos que le había extraído una curandera de la vecindad con dolorosos procedimientos, y el resto del cuerpo hecho una criba por los perdigonazos, a los que apenas daba importancia, considerándolos accidentes vulgares.

Durante esta fuga el bandido volvió repetidas veces su cabeza y el brazo derecho armado con un revólver. Dos balas pasaron silbando cerca de don Carlos.

Traduzcamos esas cosas divinas al lenguaje humano, familiar, indigno de su grandeza, mas por el cual serán conocidas: Habiéndose complacido la Naturaleza por mucho tiempo en hacer y deshacer la medusa, en variar hasta lo infinito ese tema gracioso de la libertad naciente, cierta mañana, golpeándose la frente, se dijo: «He hecho una cabeza.

Permaneció unos instantes suspenso; pero, ante la mirada fija, imperiosa del Duque, bajó la cabeza y se dispuso a cumplimentar la orden. Llamó al perro, le ató con una cadena, y tomando la carabina, salió de casa. ¡Qué ajeno iba el pobre animal de que le llevaban al suplicio!

En un cuadro que se ofreció de improviso a mis ojos vi una falange de ángeles, mil encantadoras criaturas de esas que sin más naturaleza corporal que una cabeza y dos alas, han creado los artistas para regocijar los asuntos de la pintura mística.