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Actualizado: 29 de julio de 2025
Dícele, además, que no califique los silbidos como signo de desagrado, sino, al contrario, como señal de la alegría de los espectadores, que recibieron á su comedia como se recibe á los toros en la plaza, aunque el autor, lleno de confianza en su habilidad para escribir, nunca habría imaginado que podrían escribirse tales comedias taurinas, destinadas á morir entre gritos, siseos y silbidos.
Lo mismo sucede en las discusiones de mujeres; hasta entonces nos habíamos esforzado por calmar a las señoras, pero esto no servía sino para enfurecerlas más; nos vimos arrastrados en la cuestión; el caballero de al lado me trató de idiota, y yo le califiqué de «rastacuero»; revolotearon los epítetos; con ademán simultáneo nos tiramos los platos a la cabeza; yo le obsequié con un cangrejo a la americana; él me envió mollejas de ternera; nos separaron; cambiamos las tarjetas, y luego nos plantaron a los cinco en la calle.
El poeta, en el prólogo que les antecede, dice que, si algún lector ignorante se atreve á censurar que en la mayor parte de estos autos aparecen los mismos personajes, como, por ejemplo, la Fe, la Gracia, el Pecado, la Naturaleza, el Judaísmo, la Idolatría, etc., tenga presente, que, como el objeto de esas composiciones siempre es el mismo, sírvese también de iguales medios para conseguir un fin idéntico, y no olviden la razón poderosa de que esos mismos medios, con tanta frecuencia manoseados, llegan cada vez por distintos caminos á términos diversos; porque no olvidándolo, esa crítica, á su juicio, ha de trocarse en alabanza, si es verdad que el arte de la naturaleza es sólo tan grande por la razón de que, con las mismas facciones, forma rostros tan variados, y, con arreglo á este tipo, ya que no se califique de arte, se le disculpará, por lo menos, haber escrito tantos autos distintos empleando los mismos personajes.
En la de Remedio en la desdicha, y en las epístolas á Herrera y á Amarilis, nombra el poeta á una hija llamada Marcela, que á los quince años de edad tomó el velo en la Orden de Carmelitas Descalzas. Como Montalván, al tratar de este punto, la califique de parienta muy próxima de Lope, es de presumir que la hubo fuera de matrimonio.
¡Pero eso es una picardía! exclamó la prendera sin poder contenerse. ¿Por seiscientas pesetas le deshonra a usted ese mal sacerdote? ¡Por Dios le pido que no lo califique así! profirió el joven con semblante dolorido. D. Jeremías es muy virtuoso y ha tenido razón para tratarme de ese modo. Mucho más merezco yo... ¡Qué ha de merecer, cordero de Dios!
En aquel ameno lugar se goza de una vida muy feliz, semejante a la que se hace en los lugares de temporada veraniega de la América del Norte. Sin embargo, allí todavía queda lo suficiente de eso que se denomina costumbres locales para que la existencia en este sitio se califique de característica.
No faltará, sin duda, quien califique mis propósitos de irrealizables, ó quien se burle de mi pretensión de influir de alguna manera en el teatro alemán, ofreciendo al público esta obra, que trata del drama español, y que acaso nadie lea; pero á mí me tranquiliza haber llevado á término un proyecto en la medida de mis fuerzas, innegablemente digno de alabanza, bastándome creerlo así para realizar mi empresa sin obstáculo ni arrepentimiento, aun en el caso de que no se conviertan en hechos ningunas de las esperanzas, que me estimularon á consagrarme á estos estudios.
Taylor hubiera sido bailarín, la castañeta hubiera sido también, naturalmente, el núcleo de sus impresiones, la piedra angular de todo el caramillo de ideas que sobre España formase; pero como yo no creo que el señor Taylor sea bailarín de oficio, hallo raro que califique á España de país de la castañeta, por más que en España las castañetas ó castañuelas se toquen desde muy antiguo, según lo atestigua Marcial en sus versos en elogio de Teletusa, que las repiqueteaba de lo lindo al gusto de Cádiz; por más que un docto fraile inventase y escribiese una ciencia nueva titulada Crotalogía ó ciencia de las castañuelas, y por más que mi ingenioso y erudito amigo D. Francisco Asenjo Barbieri, que en paz descanse, escribiese también un curioso discurso sobre tan alegre instrumento.
No pretendo escribir un libro: si la frase no estuviera gastada, yo llamaria á este epítome impresiones de viaje, pero tantos son ya los que así han bautizado á sus apuntes, que yo me aparto á toda prisa de semejante diccion y concluyo este mal hilbanado prólogo rogando al lector que califique este trabajo del modo que mas cuadre á su gusto.
Quizá se sorprenda usted de que califique de arte a la medicina en vez de ciencia: es una opinión particular mía que estoy dispuesto a sostener contra cualquiera, lo mismo en privado que en público. La medicina, a mi juicio, no es otra cosa todavía que una profesión empírica, puramente empírica.
Palabra del Dia
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