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Abundaban en él las arrugas; los ojos tenían en su vértice un fruncimiento de cansancio; los aladares de su cabeza eran blancos, contrastándose con el vértice, que continuaba siendo negro. Las comisuras de la boca caían desalentadas bajo el bigote recortado, con una mueca que parecía revelar el debilitamiento de la voluntad.

Siguiendo los pífanos y atambores de los tercios y el flamear de las banderas con águilas de doble cabeza, el pobre hidalgo iba al encuentro de la gloria, pero también de la miseria.

En la cazoleta o taza cabía holgadamente un azumbre, y sus gavilanes nielados de oro, lo mismo que el arriaz, daban aspecto artístico y lujoso a la empuñadura. Tenía en las dos fachadas del puño el escudo de los Rumblares, y en el pomo una cabeza con la empresa del armero toledado Sebastián Hernández.

Déjese usted de versos, alma de Dios.... ¿Quién le ha metido a Ana eso en la cabeza? ¿Quién había de ser? Santa Teresa... digo... no... el Paraguay. ¿El Para...? No, no es eso.

Aprovechando la ocasión, un humorista del lugar había erigido junto a la cabeza de Sandy un cartel provisional que llevaba esta inscripción: Resultado del aguardiente Mac Corcil; mata a una distancia de cuarenta varas. Debajo había una mano pintada que señalaba la taberna de Mac Corcil.

Con acento de entusiasmo hablaba Amaury de su desilusión, con vehemencia de sus extinguidas pasiones, diciendo que no quería vivir más para , sino para los demás, pues no aceptaba la existencia ni podía comprenderla sin una total consagración al amor del prójimo. El doctor aprobaba, tácitamente todas estas utopías y movía la cabeza con grave continente al oír tales ensueños.

En esto me quita él mismo el frac, velis nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la cual sólo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Dile las gracias; al fin el hombre creía hacerme un obsequio.

No tengo ahora la cabeza para cuentas, pero creo que arreglando tus negocios todavía salvaré algún piquillo de tu embrollada fortuna, y con esto y lo que yo os daré podréis vivir como viven esas personas honradas y modestas a las que llamáis cursis despreciativamente.... Seréis cursis, ¿lo entendéis?

Podía haberme escapado por cualquiera calle transversal mientras estaba usted de espaldas. Le he visto antes que usted á ... Pero no me gustan las situaciones falsas que se prolongan. Es mejor decirse toda la verdad cara á cara... Y por eso he venido á su encuentro. El instinto le hizo volver la cabeza hacia el hotel.

Podía distinguir todos los objetos de su choza, pero su oro no estaba allí. Se llevó de nuevo las manos trémulas a la cabeza y lanzó un grito salvaje y estrepitoso, el grito de la desesperación.