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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Era bastante rica para no desear el aumento de su fortuna; hay poca diferencia entre un millón de beneficios y quinientos mil francos de renta; algunos caballos más en las caballerizas, algunos lacayos más a la entrada, no añaden casi nada a la felicidad del dueño. Lo que la había halagado durante algún tiempo, era un nombre ilustre que pasear por el mundo.
El duque esperó ocho años en un pequeño departamento del palacio de Sanglié, encima de las caballerizas. Sus antiguos amigos, desde que conocieron su situación, le ayudaron con su bolsa y con su crédito. Tomó prestado sin escrúpulo, como hombre que había hecho préstamos sin recibo. Se le ofrecieron muchos empleos, todos decorosos.
El Santo es condenado á infame servidumbre. Oblíganlo á limpiar las caballerizas reales. Trabaja en los jardines reales. Trátase en vano con el moro de su rescate. Una visión celestial anuncia al Santo su muerte. Muere piadosamente el santo Infante. Arrancan al santo cuerpo las entrañas.
Los «monos sabios» conducían de las riendas los caballos heridos, que arrastraban sus entrañas por el suelo, soltando al mismo tiempo por debajo de la cola una diarrea de susto. Al verlos, un encargado de las cuadras comenzó a mover pies y manos, agitado por una fiebre de actividad. ¡Fuerza, valientes!... gritó dirigiéndose a los mozos de las caballerizas . ¡Duro! ¡duro ahí!
Los sacaban a trotar por los desmontes inmediatos a la plaza, haciéndoles adquirir una energía ficticia bajo el hierro de sus talones, obligándolos a dar vueltas para que se habituasen a la carrera en el redondel. Volvían a la plaza con los costados tintos en sangre, y antes de entrar en las caballerizas recibían el bautismo de unos cuantos cubos de agua.
Los muebles antiguos habían desaparecido; paseábanse ellas en medio de un verdadero cúmulo de maravillas. ¡Y las caballerizas, y las cocheras! Un tren especial trajo de París, bajo la inmediata vigilancia de Edwards, unos diez carruajes, ¡y qué carruajes! una veintena de caballos, ¡y qué caballos! El abate Constantín creía saber lo que era lujo.
¡Ah!, y decidme: ¿de dónde salían? De las caballerizas del rey. ¡Ah!, ¡es extraño! dijo la dama ; ¡juntos y en público Olivares y Uceda! Y la dama guardó silencio por algunos segundos. Seguían andando lentamente; por fortuna la lluvia no arreciaba; y los anchos y bajos aleros de las casas los protegían. El forastero iba fuertemente impresionado.
Estaba él entonces arreglando sus caballerizas y se negó en redondo, haciéndolo de tan mala manera, con tal rudeza que me sentí humillada. «Primero son los caballos que tú» me dijo...
Estalló un aplauso ruidoso dentro del circo. En el patio se dieron órdenes con voz imperiosa. El primer toro acababa de morir. Abriéronse en el fondo del pasadizo de la puerta de Caballerizas las vallas que comunicaban con el redondel, y llegaron con más intensidad los ruidos de la muchedumbre y los ecos de la música.
La señora estaba servida, mereciendo él la corona triunfal de los Juegos Hípicos. Currita encontró enfilados a la puerta de su casa tres coches, reconociendo al punto en uno de los cocheros la escarapela encarnada, propia de los ministros. Apeóse entonces en las mismas caballerizas, y por una escalera reservada para el uso de la servidumbre llegó a sus habitaciones sin ser vista de nadie.
Palabra del Dia
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