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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Entonces, el contrabandista se acercó a los de a pie y, conteniendo la voz, les dijo, al mismo tiempo que los cañonazos percutían uno tras otro en la garganta y que se oían, a lo lejos, los clamores del asalto: ¡Compañeros! ¡Vais a arremeter contra la infantería a la bayoneta! Nosotros nos encargamos de los demás. ¿Estamos? , estamos. Pues ¡en marcha!

Supongamos que ocurría una nueva guerra. Nos provocaban los ingleses, y les decíamos: «, señor, pronto estamos; nos batiremos». Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor cátate que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro, vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos contrarios, y con un par de cañonazos... figúrese usted, todo se acababa en un cuarto de hora».

Disparar contra una plaza durante algunos meses cañonazos y más cañonazos, meter dentro de ella granadas como cabezas y permanecer tan sosegada, durmiendo a pierna suelta como si le echasen bolitas de papel. Cuando el general le soltaba algún requiebro a quemarropa, Mariana sonreía bondadosamente. Cállese usted, pícaro. ¡Buen pez debió usted de haber sido en sus buenos tiempos!

Le veía en su memoria, lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con un amigo en la taberna de San José, tratándose por ; y cuando no estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio?

Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.

Era una verdadera batalla, descargas cerradas, arcabuzazos sueltos, tiros que parecían cañonazos. Todas las armas del vecindario saludaban la salida del santo.

Casi juntamente con los primeros tiros de la embestida de Vedel, sonaron cañonazos lejanos, que al principio no supimos a qué dirección referir. ¿Qué es eso? ¿Hacen fuego por el Herrumblar, o es de la gente de Menjíbar? preguntaban allí. Es la división de D. Manuel de la Peña, que viene por la Casa del Rey contestó uno que a todo escape venía del primer campo de batalla.

En el extremo de la isla, en las rompientes, las olas simulan que disparan cañonazos. A veces, un dedo invisible toca en los vidrios: algún ave nocturna atraída por la luz, y que se estrella la cabeza contra el cristal.

Los que tienen que perder, los hombres acaudalados, son, por consiguiente, pacíficos; y como los que tienen dinero mandan en el día más que nunca y ejercen una influencia grandísima sobre la opinión, resulta que las guerras son condenadas por la opinión, cuando no hay un fuerte estímulo de egoísmo que induzca a hacerlas; como, por ejemplo, abrir un nuevo mercado para los productos nacionales; introducir en algún país poco culto la libertad de comercio, las obras divinas de Adam Smith, el opio u otra droga peor, a cañonazos y a bayonetazos; entretener y recrear y embriagar al pueblo con gloria para que no se fastidie y se subleve; y tal vez deshacerse, siguiendo las doctrinas de algún economista, de aquella parte de la población que está de sobra, que no tiene cubierto preparado en el festín de la vida, que turba o rompe el justo equilibrio que debe haber entre el producto y el consumo, entre los que subsisten y los medios de subsistencia.

Cerca de las islas Celebes echamos a pique, a cañonazos, tres grandes embarcaciones de piratas que venían dispuestos a tomar nuestro bergantín al abordaje. También tuvimos que dar una buena lección a unos moros ladrones de la isla de Joló. Sir Wilkins era un marino sencillamente extraordinario.

Palabra del Dia

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